APORTACIÓN AL ESTUDIO DE LOS PUENTES ROMANOS PENINSULARES:
ANÁLISIS DE LA CAPACIDAD DE DESAGÜE DE VARIOS PUENTES DE GALLAECIA.
Actas del III Congreso Nacional de Historia de la Construcción. Madrid,
septiembre de 1998
CEHOPU - Instituto Juan de Herrera
TRAIANVS ©
2001
Para conocer lo que los ingenieros romanos sabían sobre el comportamiento
hidráulico de los ríos a su paso por los puentes así como sus consecuencias,
solo podemos especular ya que ninguno de los tratados técnicos conservados,
como Los Diez Libros de Arquitectura de Vitrubio[1],
las obras de Frontino[2] o las de Plinio
el Viejo[3], han abordado el tema. Hasta
que punto esta cuestión influía en el diseño de los puentes de aquella
época, tampoco es conocida.

Hemos abordado el tema analizando los conocimientos y las artes que hubo
sobre este tema (hidráulica aplicada) en distintas épocas, contenidos
en los tratados más conocidos, que han permitido apreciar el lento desarrollo
que tuvieron en comparación con otros saberes del ingeniero. Hubo que
esperar mucho tiempo para que la recogida sistemática de datos de los
ríos y de la hidrometeorología de sus respectivas cuencas, así como el
desarrollo científico, permitiese al ingeniero civil disponer de métodos
y fórmulas, de carácter empírico, que le ayudaron a conocer, con una relativa
precisión, el comportamiento del río durante sus crecidas y a mejorar,
por tanto, el diseño de los puentes y su durabilidad.
Una vez realizado este análisis y llevando hacia atrás en el tiempo los
resultados obtenidos, hemos planteado a nivel de hipótesis los posibles
conocimientos hidráulicos existentes en época romana. Finalmente hemos
intentado comprobar la validez de nuestras hipótesis analizando el comportamiento
hidráulico de varios ríos de Gallaecia[4]
a su paso por los puentes elegidos, y si este pudo influir en sus diseños
y construcción.
Desarrollo histórico de los conocimientos sobre el desagüe de los puentes:
En el diseño de los puentes construidos "antes de los ingenieros",
en palabras del profesor Jean Mesqui[5],
se empleaban, generalmente, determinadas reglas proporcionales o geométricas,
extraídas de la experiencia constructiva de muchos años que hundía sus
raíces en los grandes logros de la época romana. Durante el Medievo desapareció
de la práctica normal la técnica y maestría que caracterizó a los constructores
romanos, arrastrada por la decadencia de las ciudades y la ruralización
de la sociedad por lo menos hasta el siglo X[6].
Lo que de ella quedó se conservó y transmitió en el seno de cuadrillas
de operarios constructores que se desplazaban por toda Europa allí donde
sus servicios fuesen solicitados, al frente de los cuales se hallaba un
maestro constructor, cantero o carpintero, que celosamente pasaba sus
conocimientos a hijos o allegados más directos, generación tras generación.
Uno de los primeros tratados de esta época alto-medieval, es el documento
extraído del Mappae Claviculae (J.Mesqui, 1986, pág.162) titulado
Dispositio fabricae de pontibus, que poco nos sirve para nuestro
propósito ya que solo trata de la cimentación de los puentes.
Es a partir de los siglos X y XI cuando Europa recobra el impulso constructivo,
gracias a muchos factores favorables, entre los que destacamos el desarrollo
de nuevas tecnologías y formas constructivas como el arco apuntado u ojival,
el empleo de fuentes de energía alternativas (la hidráulica), la aparición
de los gremios y el renacer del fenómeno urbano. De esta época, comienzos
del siglo XIII, se conservan los folios o "carnets"
de Villard de Honnecourt[7], experto arquitecto
o/y constructor francés, en los que dibujó y comentó parte de los conocimientos
y del pensamiento técnico de la época. A partir del siglo XII, se reinicia
la construcción de puentes de forma notable, utilizándose más la madera
que la piedra. Villard aporta un curioso diseño de un puente de madera,
de unos 25 metros de luz, que, como dice el comentario anexo, "de
este modo se hace un puente por encima de agua con piezas de madera de
20 pies de largo". El hecho de no indicar a que altura
debía ser construido parece señalar que los escasos conocimientos hidráulicos
de la época no afectaban al diseño de estas obras, aunque es seguro que
normalmente se dispusiesen por encima de la máxima avenida, pues este
condicionante ya debió estar presente ya en la construcción de los primeros
puentes de la Historia.
Durante la fase de proyecto de un puente en el Medievo, los maestros
de obras solían discutir, casi exclusivamente, sobre sus relaciones geométricas,
el lugar de implantación, el tipo de cimentación a ejecutar según el terreno
y el modo de construirla. Parece lógico pensar que, previamente, se establecía
la rasante de la plataforma por encima de las mayores avenidas que se
tuviese recuerdo, pero no siempre ocurría esto pues se conocen casos donde
la concreción del perfil longitudinal se realizó una vez construidas las
pilas y los estribos. Según J. Mesqui, esta toma de decisiones según iba
avanzando la obra era lo normal en este tipo de obras, pues la fase
previa de proyecto, apoyada en la realización de bocetos o croquis, planos
y/o maquetas, era de poca importancia, sobre todo en las obras grandes,
y se limitaba prácticamente a cuestiones constructivas y financieras.
Hay que esperar al siglo XVII para que se tengan en cuenta otras cuestiones,
como las hidráulicas, y para que se representen en los planos de proyecto
algunos detalles como el nivel de las aguas normales y de las grandes
avenidas.
Resumiendo, los maestros de obras medievales que construían puentes trataban,
sin duda, de minimizar la obstrucción que ellos suponían en el cauce,
para lo cual trataban de cerrar sus arcos por encima de la mayor avenida
y a una altura que solo su experiencia les permitía determinar. Hacían
uso de alguna recomendación muy extendida, como aquella que propugnaba
construirlos con un número par de pilas para que ninguna de ella se construyese
en medio del cauce, de que la obra no fuese, a ser posible, esviado con
respecto a las líneas de corriente principales o la que aconsejaba construir
un único arco, el más grande que se pudiese y a una buena altura en aquellos
lugares, sobre todo montañosos, donde pudiesen producirse crecidas torrenciales.
Durante el Renacimiento se publicaron diversos tratados, sobre todo de
arquitectura, en los que se hallan recomendaciones sobre la disposición
y la construcción de puentes, ya que en aquella época las obras públicas
estaban incluidas en el ámbito de la arquitectura. Uno de los autores
más conocidos es León Battista Alberti[8],
que escribió el tratado "De Re Aedificatoria",
dispuesto en diez libros (parece que fue casual que coincidiese con Vitrubio
en el número de libros de sus respectivas obras), que presentó al Papa
Nicolás V en 1452. Trata de los puentes en una parte del libro IV, en
concreto en el capítulo VI, donde da algunas normas para su ubicación,
composición y construcción. Recomienda (Alberti, 191, Pág. 184 y ss.)
su implantación en lugares cómodos y fáciles "que no ocasione
un gasto exorbitante y haya perspectivas de que vaya a mantenerse en pie
de por vida. En consecuencia habrán de buscarse vados que no sean demasiado
profundos, ni de orillas cortadas, ni inseguros, ni de suelo inestables,
sino nivelados y firmes". En las orillas tendrán paredes
rocosas o ser sólidas para "afirmar las cabezas del puente",
ya que los estribos deben "resistir el empuje de las cabezas
del puente, de los arcos para evitar que se rajen". El
río en la zona elegida no debe tener ni remolinos ni estar en un recodo
donde se acumulen "... los residuos, los troncos y la maleza que
han sido arrancados de los campos en época de aluviones, ...",
ya que obstruyen los arcos y el agua se acumula, asciende y ejerce una
tremenda presión que termina por arruinar el puente.
En cuanto a su composición, escribe que el número de pilares debe ser
par - por tanto el de arcos será impar - ya que "resultan
agradables a la vista" y evita construir en el centro
del río, para que la corriente discurra "más rápida y con
más fuerza", sin que afecte a su estabilidad, por lo que
se construirán en zonas "por donde las aguas discurren
más contenidas".
Para su construcción da oportunas instrucciones de como debe realizarse
la cimentación de las pilas, resaltando que las aguas atacan más el lado
aguas abajo ("la popa de la pila"), donde
"se ven remolinos de gran profundidad",
que requerirá la adopción de especiales precauciones. Las pilas se deben
construir con piedras grandes y de buena calidad, en sillares escuadrados
grapados con piezas de cobre; "se le dará a la obra la
altura adecuada, con la proa y la popa en ángulo y el vértice sobrealzado,
hasta que la parte frontal de los pilares quede por encima incluso del
nivel de las crecidas". A continuación propone unas reglas
de diseño proporcionales del ancho de la pila y de la luz de los arcos,
en relación con la altura del puente (la luz del arco tendrá entre 4 y
6 veces el espesor de la pila y éste ¼ de la altura del puente) y del
espesor de las dovelas de las arcadas (1/10 de la luz). El mejor arco
es el de medio punto pero si su altura es excesiva "nos
serviremos del rebajado, tras haber reforzado mucho los estribos de las
orillas dotándolos de un mayor espesor".
Las normas y reglas geométricas de diseño de Alberti fueron, con pequeñas
variaciones, las más empleadas y copiadas hasta el siglo XVIII. Las podemos
ver recogidas parcialmente, cuando no copiadas literalmente, en el tratado
de Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, estudiado
y publicado por José A. García-Diego[9].
Es un tratado de Architectura hydraulica, escrito a finales del
XVI y atribuido, en un principio, a Juanelo Turriano aunque posteriormente
el historiador Nicolás García Tapia consideró al aragonés Pedro Juan de
Lastanosa como su autor. Todavía existen discrepancias en torno a quien
fue en realidad el autor, pero no parece haber duda de que nació o vivió
en Aragón, tras los recientes estudios filológicos realizados del texto[10].
El tratado está dividido en veintiún libros, tres de los cuales, los
iniciales de la serie, tratan sobre el agua y sus propiedades. En
el libro primero explica el ciclo del agua y como se forman los ríos por
la acumulación de las aguas que brotan de las fuentes, después de estar
almacenadas "debajo de la tierra" y "que
algunas dellas se ajuntan de las aguas que llueve, y alguna otra se engendra
de las exhalaciones, y alguna otra agua viene de la mar y parte de los
ríos". El libro sexto trata de los modos de canalizar
las aguas de las fuentes y de los acueductos los "aguaductos",
"maripuentes" o "gallipuentes",
"que no supone, sino lo contrario, avance alguno con respecto
a la época romana, que reproduce en numerosos casos. Para "passar
una fuente por ençima de algún arroyo (....) será muy sano hazer unos
arquillos aunque ellos sean bajos, con tal que las crecidas no sean de
tal manera que sobrepuje las vueltas de los arquillos,..." ;
las crecidas debían pasar por dentro de los arcos, con un nivel inferior
a su parte superior para evitar su ruina. Más adelante recomienda que
"en el repartir los arcos conviene tener quenta de nunca
poner pilar en el medio del valle o barranco" no únicamente
por el peligro que suponen sino también porque "no parezen
bien a la vista". Desconfía de la fuerza de las aguas
en los ríos, pues a estos "furores del agua no ay cosa
que le pueda resistir (...), y esto se puede ver en lo de las puentes
que son hechas de piedra en la parte baja de la puente ordinariamente
les vemos las pilas socavadas en aquella parte (...)".
Da conocimiento de lo que acontecía con el puente de Adriano en Roma,
ya que la acumulación de "grandissimas inmundicias o broças,
ansi de ramas como de troncos de arboles" disminuye el
desagüe de los arcos y el agua "haze grandissima resistencia
y continuo tesón y cargamiento de modo que el agua en aquel lugar viene
a caer de alto y haze entonçes grandes piélagos o remolinos tan impetuosos
que pareze que cae de una grandissima altura, y andanse rebolviendo alrededor
de las pilas, de modo q' las va cavando". Relaciona sabiamente
la velocidad del agua del río con la pendiente de su cauce, y apunta la
variación de la velocidad con la profundidad del río, cuando escribe que
"el mayor rigor q' lleva el agua es de medio arriba, como
si dixesemos que el rio es veynte pies de alto, los diez mas altos lleva
mucho rigor que no hazen los diez de enmedio abajo y la experiencia nos
lo demuestra en diversas cosas en especial en las pilas de las puentes
que nunca se gastan a rayz del suelo del rio mas gastanse mas donde toca
la superficie del agua, ...".
En los libros quince y dieciocho escribe sobre los diversos tipos de
puentes, como los provisionales, en los que se emplean distintos elementos
de flotación como barcas, odres hinchados y toneles, y los puentes de
madera fijos, para cuya construcción da una serie de consejos para el
desagüe, la mayor parte extraídos del tratado de Alberti. En primer lugar
la implantación del puente debe hacerse en una zona "...que
sea muy cómodo a todos...", ancha y que en sus proximidades
haya una vado y que "el agua vaya mansa,...,no tenga remolinos
ni que aya grandes poços".
Los puentes pueden ser de madera o de piedra, teniendo especial cuidado
en los primeros ya que el agua de las crecidas no debe llegar a las estructuras
de madera de la plataforma, pues si así fuese "sería un
daño muy manifiesto". Para la construcción de las pilas
de los puentes de piedra también aconseja buscar una buena cimentación
"pudiendo hallar tal assiento y q' ello sea de peña".
En cuanto a la disposición escribe, siguiendo a Alberti, que "los
arcos siempre se deven hazer nones y no pares al reves de las pilas, ..."
pues así "... jamas ninguna viene en el medio del rio...".
El arco central debe ser de mayor tamaño pues permite el paso de los arrastres,
ya que se evita obstruir el río allí donde es más profundo, y es más fácil
cimentar las pilas centrales. El resto de las pilas deben construirse
en aquellos lugares "donde el agua sea mas mansa".
Aconseja que "la obra ha de ser levantada en alto por
amor de las cresçidas de los ríos". Los arcos han de ser de medio
punto, ... que es el mas fuerte de todos...", pero debe
rebajarse ("arco de punto hurtado") cuando
el arco es muy grande con respecto a la altura de la pila. En cuanto a
las reglas geométricas de composición reproduce las que estableció Alberti
un siglo antes.

Como se aprecia en estos dos tratados apenas hay avances en los conocimientos
hidráulicos de las avenidas, con respecto a los que tenían, muy probablemente,
los maestros de obras del Medievo; pero es a partir de esta época cuando
la hidrodinámica y la hidráulica experimentan un gran desarrollo, entre
otras razones, por la aparición de los ingenieros del rey, distintos pero
muy próximos a los arquitectos, especialistas en las diversas artes de
la guerra - construcción de fortificaciones, máquinas de guerra, desarrollo
de la artillería, etc. - en la mecánica, y en hidráulica, que tendrán
un papel fundamental en la construcción de las obras públicas[11].
La existencia de estos técnicos especializados en los aspectos hidráulicos
de las obras y la toma de conciencia que los puentes debían tener el suficiente
desagüe que permitiese el paso de las grandes avenidas bajo sus arcos
(por ejemplo el ministro francés Colbert en 1679 da instrucciones al ingeniero
Poictevin para que se tomen las mayores crecidas de los últimos 15 años,
no la última que se tuviese noticia (Mesqui, 1986, Pág. 172), provocó
que la construcción de puentes, como la de canales y caminos, derivase,
a lo largo del siglo XVIII, hacia el ámbito de la ingeniería, que se consolidó
como un nuevo arte constructivo más especializado, abandonando, progresivamente,
la esfera de la arquitectura. Este proceso se manifiesta primeramente
en Francia desde la segunda mitad del siglo XVII, bajo la autoridad del
citado Colbert que organiza un cuerpo facultativo de ingenieros al servicio
de la administración del estado. En un proceso de mayor presencia e intervención,
los ingenieros serán los encargados, a partir de entonces, de la redacción
de los proyectos, más normalizados y detallados, consiguiendo con ello
facilitar el proceso de adjudicación, disminuir el coste y mejorar la
calidad de las obras públicas.
El mayor nivel de los conocimientos teóricos impulsados por la creación
de estos nuevos cuerpos de facultativos y por las escuelas politécnicas
que los formaban, mejoró el que se tenía de la hidráulica de los ríos
y el puente, aunque habrá que esperar más de un siglo hasta que se obtengan
algunos modelos y fórmulas que permitan calcular la sección ideal de desagüe
de las obras de fábrica.
Fue en 1714 cuando apareció el primer tratado específico sobre construcción
de puentes, escrito por el francés Henri Gautier que lo tituló expresamente
Traité des ponts[12]. En el capítulo
IV escribe sobre los proyectos que, según este autor, deben comenzar con
la realización de los planos de planta y alzado, marcando el lugar de
construcción, las orillas y los caminos o calles que llegan al puente.
Se dibuja el puente elegido, ya sea de piedra o de madera, con el número
de arcos y de pilas que se determine, con su eje longitudinal ortogonal
a la corriente del río, evitando los esviajes ya que dificultaba el corte
y la talla (estereotomía) de los sillares de la fábrica. A continuación,
una vez fijado sobre el terreno el lugar elegido para la construcción
del puente y su eje longitudinal, se realizarán los sondeos que permitirán
conocer y dibujar el perfil transversal del cauce.
El proceso continúa con el estudio de la consistencia del terreno mediante
las oportunas penetraciones de taladros metálicos o pilotes de madera,
para conocer el plano de cimentación y poder elegir su tipo.
Por las informaciones de los vecinos del lugar elegido se conoce la altura
de las mayores inundaciones de las que tuviesen recuerdo, que también
se refleja en los planos del proyecto. Informados de la cantidad de agua
que trae el río en época de crecidas, aconseja hacer los arcos lo suficientemente
grandes para poderlas contener, trazándolos de modo que el intradós de
las bóvedas en la clave debe estar tres pies por encima de la cota de
la mayor avenida. Es deseable que todos los arcos del puente cumplan esta
regla mínima, pues hay casos que solo la cumple el arco central.
Sigue Gautier precisando que "las pilas disminuyen la
anchura del cauce del lecho ordinario de los ríos, lo que produce además
que las aguas sean aceleradas bajo los arcos. Los ríos entonces excavan
entre las pilas, bajo los arcos, de manera que profundiza su curso en
función de lo que ha disminuido o quitado a su anchura". Aconseja
no proyectar nunca puentes en lugares estrechos" a menos
que se puedan cimentar en roca y que se tomen precauciones extraordinarias".
Establece, erróneamente, una relación inversamente proporcional entre
la disminución del ancho del cauce por la construcción de las pilas y
el aumento de la velocidad, es decir que si se reduce 1/5 la anchura del
río, se aumenta la velocidad del agua 1/5 también, por lo que si se amplia
la anchura total del puente en la misma proporción que la disminuye las
pilas, no se aumentará la velocidad.
A pesar de lo precario y erróneo de estos planteamientos, vemos que ya
hay algunos notables avances en los conocimientos hidráulicos. Por ejemplo
ya plantea (Gautier, 1716, pág. 34) el hecho real de que el
caudal de un río en un punto depende de la pluviometría de la zona, que
ya por aquella época se empezaron a hacer observaciones y anotar las precipitaciones
anuales en puntos como París, Saint-Malo o Lyon, expresándolas en alturas
de agua (pulgadas y líneas de pie). Los diferentes valores permitían,
haciendo una media aritmética, obtener la pluviometría del territorio
comprendido entre estas estaciones. Parte del agua caída es consumida
por el viento, el sol, la tierra y las plantas, y el resto corre por los
valles, arroyos y ríos, pasa por debajo de los puentes y termina en el
mar. "Si se mide sobre un buen mapa la extensión del país
que recoge todas las aguas que desaguan en el río sobre el cual se ha
construido un puente...", se obtienen unas superficies,
que para el Ródano en Lyon es de 800 leguas cuadradas y del Tíber en Roma
de 1.100. Por este medio, continua escribiendo, sobre los mapas se verá
la diferencia entre los diversos ríos y la mayor o menor cantidad de agua
que pasan bajo los puentes. Si se cubica el agua al multiplicar la superficie
de la cuenca por la altura de la lluvia registrado, se obtendrá la cantidad
de agua anual que pasa bajo el puente, una vez que se le reste la que
los vientos, el sol, las plantas, etc. pueden disipar.
Esta manera de calcular teóricamente la avenida de un río a su paso por
un puente es correcta pero todavía imprecisa. Hoy sabemos que efectivamente
el caudal está directamente relacionado con la superficie de la cuenca
y con el coeficiente de escorrentía, que representa el porcentaje de agua,
caída en forma de lluvia, que llega al puente. También es correcto el
establecimiento de la relación del caudal con la lluvia, y así está reflejado
en muchas fórmulas actuales que relacionan directa y proporcionalmente
el caudal y la precipitación. Gautier alienta a la recogida de datos pluviométricos
en todas las regiones del país, así como a la elaboración de una buena
cartografía. Para Gautier estos nuevos planteamientos frente al problema
del desagüe "parecen servir a una persona que proyecta
un puente, para determinar la abertura de los arcos",
aunque, reconociendo la dificultad de conocerlos de forma precisa, manifiesta
a continuación, que no sean tenidas en cuenta en el diseño y en la construcción
de los puentes, por ser solo curiosidades, y que el ingeniero cuente con
el testimonio de los más ancianos del lugar que es más seguro.
En la bibliografía española del siglo XVIII hay un tratado específico
sobre la llamada arquitectura hidráulica, escrito entre los años 1759
y 1768 por el P.Pontones. Lo tituló "Architectura hydraulica
en las fabricas de puentes. Methodo de proyectarlo y repararlos. Instrucción
a los maestros de quanto conviene saber para executar esta calidad de
obras"[13]. Para este autor
español el puente es un "camino sobre las aguas"
que por la necesidad de resistir la acción persistente de las aguas, su
construcción ofrece en la práctica mayores dificultades que la obras de
arquitectura civil. Este tratado sin embargo no aportó nada nuevo al tema
del desagüe, pues solo recomienda la aplicación de unas "máximas
preliminares" (León Tello;Sanz Sanz, 1994, pág. 1189 y
ss.), que ya antes las habían recogido otros autores. Recomienda
el número impar de arcos y que la altura de las claves y los diámetros
de los arcos de modo sean suficientes para desaguar las grandes
avenidas evitando exageraciones y que, a ser posible, esta medida
se aplique a todos los arcos y no solo al central. Otras recomendaciones
también dadas por el P. Pontones es que los salmeres se colocasen a nivel
o algo más elevados que la altura media de las aguas, que los tajamares
se levantasen, por lo menos, hasta el zócalo de los pretiles, y que los
desaguaderos se ejecutasen cuadrados o circulares para aumentar el desagüe
en "tiempos de las crecientes". Recuerda
que el tamaño de las diferentes partes del puente será el necesario para
resistir los esfuerzos pero también deberá ser el mínimo para que no ocluyan
excesivamente el desagüe, cuestión que el P.Pontones zanja escribiendo
que se resolverá conciliando estas dos circunstancias opuestas. Muestra
su convencimiento de la bondad del engrapado y emplomado de los sillares
para aumentar la resistencia de la fábrica frente a las riadas, a pesar
de las críticas por su excesivo coste.
Suponemos que conocía las obras de Gautier, ya que ambos autores coinciden
en muchas de las recomendaciones incluidas en sus tratados, sobre todo
en aquellos párrafos donde instruyen sobre la forma de redactar los proyectos
y cual debía ser el contenido de los mismos. También parece que conoció
alguna edición de Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas,
por la misma razón, ya que recoge, por ejemplo, la misma disposición constructiva
de ejecutar unos arcos invertidos en aquella cimentación que se quiera
realizar corrida por la mala calidad del terreno.
Sus observaciones y estudios sobre la construcción de puentes le llevan
a la conclusión de que "el arte de levantar estas fábricas
si consultamos el que se ha practicado en muchos puentes antiguos y modernos
le hallaremos tan vago, aventurado y de tantas maneras cuantas fueron
las particulares ideas de cada maestro", palabras que
reflejan los pocos conocimientos teóricos que sobre el diseño de puentes
tenían los maestros de obras y los técnicos españoles del siglo XVIII,
que exclusivamente basaban sus realizaciones en la práctica heredada y
en sus propias experiencias.
Aunque, como hemos visto, sobre el tema del desagüe de un puente apenas
hallamos vagas referencias, no faltan, en cambio, otros libros que tratan
abundantemente sobre hidrodinámica e hidráulica, en los que se exponen
los avances teóricos y prácticos de otras obras, como los azudes y redes
de regadío, los canales de navegación, las nivelaciones para la conducción
de las aguas, y sobre todos las máquinas y artificios hidráulicos, que
era la parte que más interesaba a los ingenieros.
Estas imprecisiones y falta de conocimientos teóricos que impedían el
cálculo del caudal de las avenidas, todavía se mantenían a finales del
siglo XIX y principios del XX. En 1888 el ingeniero francés M.E. Degrand
escribía, con desaliento, en su obra Ponts en maçonnerie[14],
que no esperaba que los ingenieros llegasen a conocer de forma precisa
la hidráulica del río en su relación con los puentes. Consideraba muy
difícil saber, por ejemplo, las relaciones entre la superficie de la cuenca
de un río y el desagüe de los puentes construidos en su recorrido, las
condiciones de circulación de las aguas bajo los puentes, la formación
y la propagación de las avenidas, el cálculo de sus caudales, etc., ya
que, en opinión de Degrand, son muchos y muy variables los factores a
tener en cuenta, como la naturaleza y composición de los terrenos de la
cuenca, la variedad de pendientes y su grado de permeabilidad, la forma
del cauce, la situación de los afluentes y el volumen de sus aguas, la
configuración del valle o valles cuyas aguas pueden verter y la influencia
en la elevación del nivel de las crecidas por los remolinos producidos
por un puente y sobre todo por los rellenos de los diques paralelos al
río, etc.
Consideraba que la evaluación de estos factores era muy complicada ya
que se presentan o pueden presentarse bajo múltiples combinaciones. A
pesar de ello existían algunas fórmulas empíricas, recomienda su empleo
con "extrema prudencia" (Degrand, 1888,
pag. 428), ya que aplicándolas a casos concretos se obtuvo una gran dispersión
entre el valor del desagüe real de un puente, reconocido como suficiente
después de una larga experiencia, y el calculado por medio de alguna de
estas fórmulas, como la de Navier, que permitía obtener el caudal en función
la anchura del desagüe, la profundidad aguas arriba, la altura del remanso,
un coeficiente de contracción por la presencia de pilas y estribos y la
velocidad media de la corriente.
Analizada una obra publicada en 1909, cuyo autor también es francés,
Ernest Aragon[15],
vemos que sigue recomendando estudiar las condiciones de los puentes
situados aguas arriba, pues siempre será preciso construir arcos más grandes
que los de esos puentes. Todavía la altura de los arcos se fija en función
de la cota de las máximas avenidas (entre 0,50 y 1,50 m. según el régimen
del río y siempre que no sea navegable). Sin embargo ya era imprescindible
para la época el establecimiento de una fórmula empírica aproximada que
permitiera calcular el desagüe, siendo la de Navier la elegida, la misma
que hemos comentado anteriormente. Veinte años de diferencia entre estas
dos últimas publicaciones que no trajeron ningún avance en este ámbito
de la ingeniería civil.
Medio siglo más tarde, a pesar de los continuos avances teóricos y prácticos
de la ingeniería civil, los conocimientos hidráulicos de los ríos no habían
avanzado gran cosa. El ingeniero Eugenio Ribera[16]
refleja esta situación cuando escribe que "en todos los
países ocurren hundimientos de puentes. Casi siempre son producidos por
violentas crecidas, cuando los desagües son insuficientes. Si las luces
del puente no son bastantes para el desagüe normal de las crecidas, tiene
que contraerse su sección". Se remansa entonces el río
aguas arriba, produciéndose un salto entre la parte alta del remanso aguas
arriba y el nivel de las aguas a la salida del puente, que provoca el
aumento de la velocidad de las aguas que puede alcanzar la necesaria para
socavar los cimientos. Muestra un cierto desencanto por las formulaciones
teóricas de las avenidas, ya que las teorías hidráulicas de la época no
eran aplicables en el diseño de los puentes, pues "todas
ellas nos parecen algún tanto fantásticas" (Rivera, 1936,
pág 17). El estudio y fijación de los niveles de estiaje, crecidas ordinarias
y extraordinarias, enmarcaban la decisión si el puente debía "proyectarse
para dar paso a las crecidas ordinarias solamente o si ha de ofrecer desagüe
bastante para la mayor crecida extraordinaria, por muy excepcional que
haya sido". En función de la forma del valle, ya sea de
forma triangular / trapecial de suelo duro, o uno ancho, Ribera
llega a la conclusión que los puentes han de construirse para desaguar
las avenidas normales que se producen con cierta periodicidad. Las avenidas
extraordinarias no producirán socavación en el primer caso por el aumento
de la velocidad al remansarse contra el puente por la dureza del terreno,
y en el segundo caso las aguas invadirán amplias llanuras de inundación
a ambos lados del puente, que cortarán los caminos, se suspenderá el tránsito
y el puente dejará de ser útil, por lo que podrá ser rebasado sin consecuencia
ya que las aguas circularán con una baja velocidad por ocupar una amplia
sección. Termina Ribera con estas desalentadoras palabras: "Ante
tamañas discrepancias de criterio (sobre las fórmulas hidráulicas empíricas
aplicables a una determinada ubicación) y la inexactitud de las hipótesis
admitidas, considera el autor preferible confiarse al ojo clínico del
ingeniero, adquirido por la observación de los puentes inmediatos, si
los hubiese, o por la experiencia propia, aplicada a cada emplazamiento"
(Ribera, 1936, pág.66).
La capacidad de desagüe de los puentes romanos:
En el apartado anterior se ha analizado brevemente el desarrollo histórico,
hasta la mitad del siglo XX, de los conocimientos hidráulicos del río
en su vinculación con los puentes que sobre él se construyen. Vemos como
a medida que progresan otras disciplinas como las matemáticas o la física,
se establecieron las primeras formulaciones que intentaban comprender
el fenómeno, a pesar de que su simple enunciado teórico resultaba curioso
(Gautier siglo XVIII) o de poco valor práctico (Degrand (XIX) y Rivera
(XX)). Anteriormente a estas fechas los maestros no manejaban muchos conceptos
hidráulicos a la hora de construir un puente salvo, como hemos visto,
aquellas reglas compositivas que marcaban los arcos por encima de la mayor
avenida.
Si vamos hacia atrás en el tiempo e intentamos saber el nivel de conocimientos
teóricos y prácticos de los ingenieros romanos, teniendo en cuenta el
retroceso que durante el Medievo tuvieron las técnicas constructivas en
general, no creo que nos equivoquemos mucho si suponemos que tuvieron
en su acervo técnico un nivel similar a los renacentistas e incluso a
los del siglo XVIII. Entramos, por supuesto, en el campo de la especulación,
pero analizando la disposición constructiva y la capacidad de desagüe
de algunos puentes que han llegado hasta nosotros, esperamos extraer algunas
conclusiones.
No tenemos ninguna duda de que en el diseño y construcción de algunos
puentes, como por ejemplo el de Alcántara y el Bibei, fueron determinantes
las cuestiones hidráulicas. Estos puentes se pudieron construir con dimensiones
más modestas - por parto de menor coste - ya que las cotas de la plataforma
no estaban condicionadas por los accesos, pero prefirieron hacerlos con
el tamaño adecuado para que por debajo de sus arcos pasasen grandes avenidas.
Este condicionante hidráulico fue decisivo pues sin duda ha permitido
que ambos tengan un buen estado de conservación y que continúen en servicio.
Del puente de Alcántara, Carlos Fernández Casado[17]
escribe: "A primera vista parece un puente desproporcionado
a las condiciones hidráulicas del río, pero en cuanto se pone en relación
con el nivel de máximas avenidas destaca su adecuación funcional".
Los estudios realizados, que exponemos a continuación, sobre el comportamiento
hidráulico de las avenidas de algunos ríos gallaicos en la zona
donde hay o hubo un puente romano, nos va a permitir reforzar nuestra
opinión sobre el tema. Veamos en primer lugar las hipótesis de partida
:
- El caudal de la avenida de cálculo es la Q500, es decir
la que tiene un período de retorno de 500 años o en otras palabras, la
que tiene la probabilidad 1/500 - un 0,2 % - de que el caudal máximo real
del río sea superior al del cálculo.
- La cuenca se ha dibujado en una cartografía a escalas 1:50.000 y 1:25.000.
- Se ha utilizado un ábaco, incorporado al actual Plan Hidrológico Norte
1 y utilizable en esta zona de España, que permite obtener el caudal unitario
en m3/seg./km2 a partir de la superficie de la cuenca
y del período de retorno elegido. Sabemos que los valores obtenidos son
relativamente altos a los que resultan de la aplicación de otros métodos,
pero para los fines perseguidos los hemos considerado válidos.
- Para el estudio del comportamiento hidráulico se ha utilizado el programa
informático HEC-RAS, diseñado por la Administración Norteamericana, de
amplia difusión en las escuelas técnicas y en la actividad profesional.
Introduciendo la forma del cauce por medio de las oportunas secciones
transversales aguas arriba y aguas abajo del puente, las condiciones de
control y el caudal de avenida, permite obtener, entre otros resultados,
los perfiles longitudinales y transversales de la lámina superior de la
crecida considerada.
Los ríos y puentes romanos de Gallaecia analizados son los siguientes
:
* El puente de Chaves (Portugal) o de Trajano, perteneciente a la vía
nº 17 del Itinerario de Antonino construido sobre el río Támega en las
proximidades de la ciudad portuguesa de Chaves, antigua Aquae Flaviae.

* El llamado Ponte do Arquinho, que pertenecía, muy posiblemente, a la
misma vía nº 17, construido sobre el río Calvo en las proximidades de
la ciudad portuguesa de Valpaços.
* El Ponte de Pedra también, probablemente, en la vía nº 17 de Braga
a Astorga, sobre el río Tuela, cerca de la ciudad de Torre de Dona
Chama en el norte de Portugal.
* El Ponte de San Miguel pertenecía Via Nova, nº 18 del Itinerario
de Antonino, construido sobre el río Homen en el Gerês-Portugal, cerca
de la actual frontera hispano-portuguesa de A Portela do Home.
* El Ponte Pedriña en la misma la vía nº 18, sobre el río Limia, en el
sur de la provincia de Ourense, actualmente sumergido en las aguas del
embalse de As Conchas.
* El Ponte Freixo que daba paso sobre el río Arnoia a una vía que unía
Bracara (Braga) con Lucus (Lugo), entre los municipios de Celanova y Cartelle
(Ourense).

* A Ponte Romana de Lugo perteneciente a la vía nº 19 del Itinerario
de Antonino erigido sobre el río Miño en las proximidades de la ciudad
de Lugo, antigua Lucus Augusti.
* El Ponte Navea de la Via Nova, sobre el río Navea, entre los
municipios ourensanos de Póboa de Trives. Para su estudio hemos tomado
una reciente reconstrucción realizada por el ingeniero Segundo Alvarado[18].
* El Ponte Bibei que también pertenecía a la Via Nova, construida
sobre el río Bibei, en las proximidades de Póboa de Trives (Ourense).

* El Ponte de A Cigarrosa en la Via Nova, vía nº 18 del Itinerario
de Antonino, sobre el río Sil en las proximidades de la villa ourensana
de A Rua. Se ha utilizado la reconstrucción realizada por S.Alvarado.

* El puente de A Pontóriga también llamado "Os Pontós",
pertenecía a una posible vía secundaria del entorno del complejo minero
de As Médulas (León), sobre el río Sil cerca del pueblo de Sobradelo (Ourense).
También se ha empleado la reconstrucción hipotética realizada por S. Alvarado[19].
De los estudios realizados se desprende que muy pocos puentes fueron
diseñados para que pasen grandes avenidas, como la considerada, pues solo
en tres de ellos, los Navea, de S. Miguel, Navea y Bibei, es posible.
De éstos se debe destacar que fueron construidos en una zona donde los
valles tienen una forma similar en V, son estrechos con márgenes muy pendientes,
y sobre ríos torrenciales cuyas aguas proceden en determinadas épocas
del deshielo: El río Homen recoge en su cuenca los posibles deshielos
de A Serra do Gerês-Xurés, mientras que el Navea y el Bibei los recogen
de A Serra de Cabeza de Manzaneda.
En el resto de los puentes el agua de la avenida pasa por encima que,
según el caso, ha ocasionado daños o no, como vamos a ver:
- La avenida estudiada de los ríos Támega y Tuela rebasa los puentes
de Chaves y de Pedra respectivamente, pero debido a que discurre por zonas
de valle amplio, sobre todo el Támega a su paso por Chaves, la velocidad
que llevan sus aguas es pequeña, en torno a los 2-3 m/seg. Estas pequeñas
velocidades son favorables para que, a pesar de que el puente sea rebasado,
los daños sean pequeños, ya que la presión que ejerce la corriente en
un cuerpo sumergido es directamente proporcional a un coeficiente de forma
(variable con ella, pequeño cuando tiene un perfil hidrodinámico como
los tajamares), a la superficie que opone a la corriente y al cuadrado
de la velocidad; es decir, si velocidad se incrementa al doble, la presión
es cuatro veces mayor. La presión es independiente de la profundidad a
la que se halla el objeto. Según esto es muy importante para la durabilidad
de un puente que las aguas discurran mansamente en todo momento y que
sus elementos opongan la menor superficie posible al paso de la corriente.
Estos dos puentes conservan una buena parte de su fábrica original, sobre
todo la parte o cuerpo abovedado, no así los estribos y los pretiles,
que como elementos que ofrecen mucha superficie a la corriente,
debieron arruinarse en algún momento ya que los actuales no son los originales.
Tampoco son romanos los tajamares de ambos puentes, pues son partes sometidas
a fuertes impactos producidos por los objetos o árboles arrastrados por
las crecidas.
- Un puente que reúne circunstancias parecidas en cuanto a la forma del
valle y a la velocidad de la crecida (2,2 m/seg.), pero que apenas conserva
restos de su fábrica romana es el Ponte Vello de Lugo. ¿Que sucedió en
este caso?. El análisis del comportamiento hidráulico del río Miño en
ese punto apunta a que el volumen de agua de la avenida es muy grande
y que alcanza una cota bastante elevada sobre la plataforma del puente
romano, unos 5,40 m., aunque esta circunstancia no implica una mayor presión
de la corriente pues es independiente de la profundidad. Lo más probable
es que otros factores como la insuficiencia del desagüe, la gran superficie
que opuso a las avenidas, la socavación de las pilas o la rotura de bóvedas
sean la causa de que el puente actual apenas conserve restos de la obra
romana. Quizá esta altura sea muy difícil de que se alcance, aunque hay
datos de que la avenida extraordinaria que hubo en 1848, rebasó por encima
prácticamente todo el puente y paso a más de 2,00 metros por encima del
estribo izquierdo, cuando el puente tenía todavía el perfil alomado de
las reconstrucciones medievales. El nivel de esta avenida está recogido
en el proyecto de las obras de ampliación y reforma, redactado por el
ingeniero de caminos Godofredo A. Cascos en 1893, donde se diseñaron
las obras para elevar la rasante en esta parte del puente y disminuir
las rampas de la plataforma del puente para adaptarla al naciente tránsito
motorizado.
- Se ha estudiado la avenida de 500 años del río Sil a su paso por dos
puentes romanos, el de A Cigarrosa y A Pontóriga, y lo primero que observamos
es que ambos son rebasados por la crecida, a una velocidad muy elevada,
entre 7 y 11 m/s., que evidentemente supondría un gran poder de destrucción
por la conocida vinculación presión-velocidad, confirmado por los pocos
restos que se conservan de las obras originales. Del puente de A Cigarrosa
quedan unos pocas hiladas de la parte inferior de dos pilas, y de A Pontóriga,
puente que tuvo una superestructura de madera apoyada en pilares de piedra,
solo se conservan los núcleos de hormigón de cal de las pilas. Es evidente
que la posibilidad de ruina en caso de rebosamiento en A Pontóriga, por
ser de madera, es mucho mayor que si fuese de piedra.
- El Ponte Pedriña es un puente que es rebasado por la avenida
estudiada del río Limia, la cual llevaría en ese lugar una velocidad entre
5 y 6 m/seg., que podría haberle provocado daños graves a lo largo de
su existencia. No parece haberlos sufrido si observamos con detenimiento
una foto suya de 1912 (Alvarado, 1995, pág.105), pues el estado de conservación
de su cuerpo principal parece bastante bueno. Puede que haya resistido
la presión de las avenidas gracias a la rigidez que tiene el puente, por
su disposición constructiva y su trabazón -características tan alabadas
por el P.Pontones - con un arco rebajado poco esbelto, un pequeño desaguadero
a su lado izquierdo y una gran pila maciza intermedia, de 7,40 m. de anchura,
que le haría muy resistente a la fuerza destructiva del río, a pesar de
la gran superficie opuesta a la corriente.
- Y finalmente dos puentes en los que los daños experimentados han sido,
casi exclusivamente, la destrucción de los muros de acompañamiento
de los estribos, mientras que el resto del puente, los estribos, las bóvedas
y las pilas, bien trabadas por su aparejo, resistían tenazmente. La existencia
actual de fábricas de mampostería de baja calidad, fruto de malas reconstrucciones,
en los estribos del Ponte do Arquinho y antes de su restauración en los
del Ponte Freixo, así parecen indicarlo. La ruina de estos muros de acompañamiento
o manguardias, se debió a la gran superficie que oponían a la corriente
durante las crecidas, posiblemente también a su peor calidad constructiva
que el resto del puente - esta posibilidad la hemos apreciado en ambos
puentes - y a la velocidad del agua que, a pesar de no ser muy alta, del
orden de 2-3 m/s. en el Ponte do Arquinho y de 3 a 5 m/s. en Freixo, fue
suficiente para derribarlos.
Conclusiones:
Como colofón de lo hasta aquí expuesto, opinamos que los constructores
de puentes en época romana disponían de amplios conocimientos, similares
a lo que se tenían en el siglo XVIII, que realizaban planteamientos previos
de carácter hidráulico y que entre sus datos previos estaban las cotas
de las avenidas de las que había recuerdo. Es evidente que en algunos
casos el condicionante hidráulico tuvo relevancia y fue decisivo en su
construcción y en otros no, al sacrificarlo en aras de la economía y la
racionalidad a las que eran tan dados los romanos.
La información, los conocimientos y las experiencias que tenían los constructores
romanos de puentes y que les permitían diseñarlos desde el punto de vista
del desagüe, podían ser las siguientes:
- Poseía la información previa dada por los nativos del lugar sobre niveles
alcanzados por avenidas anteriores, y que les permitían fijar una rasante.
- A la vista de estas alturas, tipo de cimentación y forma del valle
su experiencia constructiva les ayudaba a fijar la composición del puente
y la altura de su plataforma.
- La bóveda principal normalmente salvaba el cauce cuando por él circulaban
caudales medios o bajos. El resto de los arcos eran diseñados siguiendo
determinadas proporciones y relaciones como que se plantean para el puente
de Alcántara ( Fernández Casado, 1980, s/p; Liz Guiral, 1988, pág. 168).
Hay otras ocasiones donde se planteó una disposición simétrica en su geometría
( puente de Alcántara y el Ponte Freixo) o con sus luces prácticamente
todas iguales (Ponte de Pedra, puente de Vila Formosa, de Chaves o el
de Salamanca), siendo esta disposición más abundante, como vemos, en los
puentes construidos en valles amplios y llanos.
- Entre los conocimientos prácticos que poseían estaban aquellos que
les llevaba a construir ciertos elementos que mejoraban la hidrodinámica
del puente, como eran los muros de encauzamiento en los estribos,
realizados en muchos casos sólo aguas arriba (por ejemplo Ponte do Arquinho,
Ponte Bibei, etc), que facilitaban el paso del agua bajo el puente ya
que de este modo se reducían las perturbaciones del régimen del río, producidas
por el estrangulamiento. Ya sabemos que en la entrada de un puente se
produce una pérdida de carga, que afecta a la línea de energía y al nivel
del agua, y cuanta menor sea la pérdida menos varía el régimen del río
(gran similitud de calado y velocidad aguas arriba y abajo), y en consecuencia
es menos probable la producción de daños. Su valor depende de la diferencia
de los cuadrados de las velocidades bajo el puente (generalmente mayor)
y a la entrada, y de un factor cuyo valor varía con la forma de la embocadura.
Esta pérdida es muy pequeña si el estrechamiento está acordado por muros
de encauzamiento que forman un embudo de transición más o menos bien resuelto,
de forma que se realice suavemente.
Otro elemento hidrodinámico que manejaron con soltura fueron los tajamares
que construyeron en el frente de las pilas de sus puentes. Son muy escasos
los puentes que no tienen tajamares en sus pilas (en Hispania parece
que el puente sobre el río Albarregas en Mérida no los tuvo originalmente).
Mayoritariamente los tajamares tienen planta triangular, más o menos apuntada,
aunque no faltan casos en los que es semicircular (por ejemplo puente
sobre el Guadiana en Mérida, y el puente de Ourense). También en este
caso la perdida de carga que supone la presencia de las pilas en el medio
del cauce se reduce mucho si tienen tajamares apuntados o semicirculares
(a menos de la mitad de la que habría si no los tuviesen).
En cambio no construyeron espolones o contratajamares en los paramentos
aguas abajo de las pilas, que dejaron normalmente planos, lo cual produce
turbulencias que no llegaron a eliminar.
En cuanto a la opacidad de los tímpanos, elementos que ofrecen
mucha resistencia al agua, trataron de aminorar este efecto dotándolos
de desaguaderos a base de arquillos que atravesaban su masa, desde épocas
muy tempranas, siglo l a.C., como se aprecia en los puentes republicanos
de Roma, Ponte Cestio y Ponte Fabricio.
Algunas disposiciones de los elementos de sustentación pueden haberse
realizado para favorecer el desagüe del puente. Por ejemplo la planta
de ciertas pilas de algunos puentes (del puente de A Cigarrosa o la Ponte
Vella de Ourense) fue dispuesta de forma que su eje presenta un esviaje
con respecto al eje longitudinal del puente. Es posible que haya sido
para aprovechar unas determinadas condiciones de cimentación, pero es
muy probable que haya sido para colocarlas en mejor disposición con respecto
a las líneas de corriente del río, que favorecía el desagüe de las avenidas.
En otras ocasiones también se construyeron los estribos con ese esviaje,
como sucede en el puente de Baños de Molgas, en los estribos de su único
arco, produciéndose un abocinamiento con mayor abertura del lado de aguas
arriba que claramente permite una transición suave del régimen del río
en la zona de transición río-bóveda-río.
No obstante, es evidente que no tuvieron los conocimientos necesarios
para darle a los puentes un desagüe suficiente, aunque en algunos
tuvieron la sagacidad para conseguirlo, como en el puente de Alcántara
y en los puentes gallaicos de San Miguel y Bibei. Con otros puentes
fracasaron estrepitosamente ya fuese por las malas condiciones de cimentación,
mala calidad de su fábrica o por la insuficiencia del desagüe frente a
las grandes avenidas, pues nada de ellos queda y es evidente que tuvieron
que existir (por ejemplo los puentes que cruzaron, en general, los ríos
de la cuenca mediterránea). En esta vertiente marítima, también en la
vertiente cantábrica, los ríos experimentan grandes avenidas producidas
por el fenómeno meteorológico llamado "gota fría" y atraviesan
terrenos blandos y erosionables, constituidos por arcillas, margas o yesos.
En cambio en los ríos de la vertiente atlántica (donde no llega a producirse
ese meteoro), de regímenes menos irregulares, y que discurren por la Hispania
granítica, es donde se conservan la mayoría de los puentes romanos, también
gracias a las buenas condiciones de cimentación y a los buenos materiales
pétreos de sus fábricas. Una representación de esto que decimos se refleja
en el mapa de "puntos conflictivos", desde el punto de vista
de las inundaciones y sus consecuencias, mucho más abundantes en las vertientes
mediterráneas y cantábricas que en la atlántica[20].
Desde el punto de vista de diseño disponían de reglas prácticas posiblemente
de tipo geométrico que no sabemos si las heredaron los maestros medievales.
Como comprobación de este hecho hemos analizado los espesores de estribos,
de las pilas y de la rosca de las bóvedas de algún puente romano para
ver si se adaptaban a las medidas obtenidas mediante la aplicación de
las reglas que conocemos de algunos tratadistas de los siglos XVI y XVII,
de tradición gótica es decir con recomendaciones de tipo geométrico, como
los españoles Martínez de Aranda, Hernán Ruiz, y Rodrigo Gil de Hontañón,
y no hemos llegado a ninguna conclusión por la gran dispersión de los
resultados. No obstante seguimos pensando de que tuvieron que poseer ciertas
reglas de diseño, o bien geométricas o bien numéricas, similares a las
que hubo hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX, que aplicaban
al diseño de los puentes y ajustándolo según fuese la importancia del
río, la forma del valle, las condiciones de cimentación, los materiales
a emplear, etc. También debieron tener cierta normativa oficial que les
obligaban a cumplir determinados requisitos, como era que tuviesen una
anchura mínima, se utilizase cierto tipo de fábrica u opus, y se
empleasen algunas formas de buena construcción y de contrastado buen resultado,
como era la disposición de la sillería en hiladas alternas a soga y a
tizón, o el grapado de los elementos más expuestos, como los tajamares.
Nos parece una cuestión clara, confirmada por los resultados estadísticos
obtenidos a partir de muestras de suficiente extensión, y en los que se
observan unas probabilidades muy altas, al analizar la presencia de ciertas
medidas, proporciones o características constructivas.
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[19] Alvarado Blanco, S.: A Pontóriga.
Sobre los restos de un antiguo puente romano cerca de Sobradelo de Valdeorras.
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[20] Arenillas Parra, M.; Sáenz Ridruejo,
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