
LAS EXPLOTACIONES MINERAS DE LAPIS SPECULARIS EN HISPANIA
María José Bernárdez
© 2004
(Arqueólogos. Proyecto "Cien Mil Pasos Alrededor de Segóbriga")
www.lapisspecularis.org
TRAIANVS © 2004
"...la naturaleza de las piedras constituye el mejor exponente de
la locura humana..."
Plinio el Viejo (Historia Natural, Libro XXXVI-1)
EL LAPIS SPECULARIS
El lapis specularis o piedra especular se identifica con la
variedad mineralógica del yeso conocida como yeso selenítico; éste se
caracteriza por su aspecto hialino y por su gran tamaño cristalino, del que
se pueden obtener láminas de exfoliación de grandes proporciones. En la
comarca donde se localiza, es denominado y conocido como espejillo,
espejuelo, reluz, piedra del lobo (ya que brilla al reflejo de la luna),
espejo de asno, etc.
En la antigüedad, los tratadistas clásicos realizaron la clasificación y
la nomenclatura de los minerales en función de sus características,
apoyándose tanto en las propiedades del uso y cualidades de talla de la
piedra, como por el lugar geográfico de su ubicación, así como por su color,
forma, semejanza con alguna cosa, o cualquier tipo de relación que
identificara o aludiera al mineral en cuestión.
Esta catalogación permitía que una variación de color de un mismo
mineral, por pequeño que fuera, determinara la existencia de otro con
distinto nombre y, por el contrario, varios minerales con una característica
semejante quedaban incluidos bajo una misma denominación. Sólo hasta el
siglo XVIII, con la aparición del análisis químico y el desarrollo de la
mineralogía científica, se descubrió que minerales con una forma externa
similar podían ser distintos, y dos de apariencia física diferente podían
compartir la misma composición química y cristalina.
En lo que respecta al lapis specularis, su denominación
proviene de su principal característica, la de poder dejar pasar la luz y
poder ver a través de su masa, singularidad que compartió con otros
materiales pétreos que se explotaron en época romana y que fueron
utilizados en el pasado por semejante peculiaridad.
Actualmente, se mantiene el empleo de nombres antiguos para mencionar a
ciertos minerales, a pesar de que muchos de ellos no se corresponden con el
mineral referido en la antigüedad, favoreciendo de este modo las confusiones
y un cúmulo de errores.
El caso del lapis specularis no ha sido una excepción.
Desde hace siglos, y hasta nuestros días, la identificación del espejillo ha
pasado por variopintas interpretaciones, entre las que se encuentran la mica
(atribución errónea de Adolf Schulten, que ha sido continuada
por otros investigadores perpetuando semejante catalogación), y otras
asignaciones igualmente confusas y desafortunadas como el mármol, el talco y
el alabastro.
De alabastro eran las dos placas procedentes de una cantera de Torrubia
(Cuenca) que, como prueba equivocada, presentó el Académico José Cornide
a finales del XVIII ante la Real Academia de la Historia, como argumento
concluyente para dilucidar que las cercanas ruinas de Cabeza de Griego se
correspondían con la ciudad de Segóbriga, conocida en las fuentes escritas
como el lugar donde se daban y abundan las piedras especulares.
En la identificación de la mencionada Segóbriga, el lapis
specularis resultó ser determinante en la disputa que durante siglos
mantuvieron diversos investigadores por ubicar el emplazamiento correcto de
dicha ciudad. Así, unos y otros, en defensa de sus postulados, esgrimieron
la presencia o no de la piedra especular, e incluso viajaron a los distintos
sitios (Albarracín, Segorbe, Saelices), que se proponían como lugares
posibles de la antigua Segóbriga, recorriendo y prospectando los campos para
confirmar o desmentir los indicios mineros que identificaran de forma segura
el emplazamiento de la ciudad.
En la actualidad, al igual que no existe duda razonable sobre la
ubicación de Segóbriga en el cerro de Cabeza de Griego (Saelices, Cuenca),
tampoco existe sobre la naturaleza del material que fue el principal
elemento dinamizador de la economía de las tierras conquenses en época
romana. Sus vías principales de comunicación y en especial la calzada que
unía Segóbriga con Carthago-Nova, así como algunas de sus ciudades y la
distribución de sus gentes, se articulaban en función del aprovechamiento de
este material, que en su día logró alcanzar una importancia sólo comparable
con las grandes explotaciones metalíferas de la época.
Una vez perdida su funcionalidad y uso, la explotación del yeso especular
fue prácticamente abandonada, ya que a partir de época romana sólo se ha
aprovechado de forma residual, de manera puntual y en ocasiones con
finalidades diferentes.
La totalidad del conjunto minero que configura las minas de lapis
specularis se encuentra en la actual provincia de Cuenca, extendiéndose
a través de sus tres regiones naturales: Sierra, Alcarria, y Mancha. El
distrito minero tiene como epicentro geográfico la ciudad romana de
Segóbriga, pero ésta no es ni mucho menos la única ciudad que se dedicaba al
comercio y explotación del minado.
La ciudad de Ercávica en la Alcarria (Castro de Santaver, en
Cañaveruelas), el enclave de Culebras en la cuenca fluvial del Guadamejud,
el asentamiento de la posible Opta o Istonium romana (Cerro Alvar Fáñez, en
Huete), el yacimiento del cerro de la Virgen de la Cuesta (Alconchel de la
Estrella), y un gran número de otras poblaciones menores tenían relación
igualmente con la explotación o el procesado posterior del espejillo,
abarcando una zona minera que se desarrolla en una franja de 150 km. de
largo de norte a sur y de unos 40 km. de ancho, coincidiendo con la
distribución geográfica de los yesos terciarios en el área conocida como
cuenca del Loranca.
La gran extensión de la zona minera ha hecho de esta explotación un
fenómeno particular, de dimensiones más que considerables, tanto en el
espacio físico que ocupa, como en el elevado número de las explotaciones
mineras. Éstas, se organizan en complejos mineros que cuentan con sus
correspondientes poblados y unas infraestructuras de vías de comunicación,
instalaciones y servicios de apoyo que articulan la explotación.
Dentro del conjunto minero de lapis specularis pueden
distinguirse, como hemos dicho, una serie de complejos mineros. Actualmente
estamos procediendo a su inventario de forma sistemática, y aunque alguno de
estos minados ya se conocía de antiguo, la investigación en curso ha
permitido identificar nuevas minas que, con el tiempo, al haber sido tapadas
por procesos erosivos, o por haber incidido en ellas trabajos agrícolas,
quedaban encubiertas en el terreno, dificultando su localización.
Por otro lado, las minas de lapis specularis unen al paso
de los años del fin de su actividad, unas características de mimetización y
sincretismo con el paisaje actual que hacen extremadamente complicada su
identificación en algunos casos.
Las antiguas escombreras se han degradado y los yesos extraídos del
interior, una vez en superficie, se han disuelto y alterado, de forma que el
terreno exterior apenas difiere del espacio circundante. Sin embargo, todo
ello no deja de ser el camuflaje de una actividad minera que ha generado y
modelado un peculiar paisaje que, bajo un manto "natural", esconde una
realidad más compleja, en la que cerros y torcas, son en verdad antiguas
escombreras y grandes salas mineras hundidas por gravedad y vencimiento de
sus soportes, y que en muchos casos se desarrollan a lo largo de kilómetros,
como testigos externos de lo que fue la explotación minera.
En cuanto a los "complejos mineros", entendemos por tal a un conjunto de
minados que presentan unas características propias de agrupación en un
espacio determinado y continuo, de dimensiones variables, y que participa en
común de una serie de indicios de infraestructuras de la actividad minera y
del entramado arqueológico asociado a ésta, como son poblados mineros,
escombreras, red viaria, instalaciones, necrópolis, etc.

El inventario de los complejos mineros hasta ahora localizados supera la
veintena, distribuyéndose y afectando a más de diecisiete municipios
actuales conqueses, que cuentan con minados en sus términos municipales.
El material arqueológico de los poblados mineros es mayoritariamente de
los siglos I y II d. C., con lo que nos encontramos con una explotación que
se desarrolla en su mayor parte en época Altoimperial, donde abundan los
materiales de importación itálicos y gálicos, excepcionales en su calidad y
cantidad, fruto de la dinámica comercial que generó la explotación del
espejillo.
En relación con el auge y la economía de la zona, las minas de lapis
specularis gracias a su producción, sirvieron como revulsivo económico y
de atracción para la venida de numerosos inmigrantes, tal como se ha podido
comprobar mediante los hallazgos de inscripciones epigráficas en la ciudad
de Segóbriga, uno de los yacimientos españoles donde es posible constatar
una presencia de gentes de origen diverso y uno de los núcleos
hispanorromanos más activo y cosmopolita del interior Peninsular..
Igualmente, la colonización itálica que se desarrolló en Hispania,
potenció el proceso de urbanismo y la integración de las comunidades
indígenas a la romanización, donde la minería desempeño un papel
fundamental dentro del marco de la política colonialista romana.
Estos inmigrantes itálicos afluyeron para hacerse cargo de las
explotaciones y se establecieron en la zona consolidando su poder junto a
las elites indígenas locales. Gracias al beneficio obtenido de las minas y a
su consecuente mayor poder adquisitivo, formaron parte de la clase dirigente
y, mediante su condición de privilegio, ejercieron unas magistraturas que
les facilitaban de forma ambivalente el control económico del Minal y el
control sociopolítico del territorio.
Por otra parte, la riqueza generada por las minas puede rastrearse en los
costosos programas de edificaciones que hoy podemos ver en las ruinas de las
ciudades, consecuencia principal de la intensificación de las explotaciones
y del ejercicio de un evergetismo donde la edilicia y las obras públicas
constituían el máximo exponente de la propaganda política.
Otra de las consecuencias directas de las explotaciones mineras sería la
potenciación de otros sectores dependientes y al servicio del ámbito minero.
La actividad minera precisaba una logística compleja y variada para su
funcionamiento, donde las necesidades son múltiples y a gran escala.
Las minas demandaban madera para entibar, cordaje, sacos y vestimenta,
carros para el transporte, animales de carga, construcciones y útiles de
todo tipo, fraguas y forjas para herramientas, y cubrir las necesidades
básicas de los que trabajaban en ellas entre otras muchas cosas.
Por tanto, las minas ejercieron un efecto multiplicador en la economía,
sobre todo en el desarrollo mediante la inversión de sus beneficios en una
potente riqueza agrícola, incentivada por la concepción romana de que la
posesión de tierras y su puesta en cultivo eran símbolo de poder, prestigio
y riqueza, y abonada por los ingentes capitales que la producción minera
generaba.
El número de minados, pozos y galerías subterráneas de los complejos
mineros de lapis specularis es impresionante, si bien la
mayoría de las minas están colmatadas y cegadas. Actualmente contamos con un
gran número de accesos abiertos que, en mayor o menor grado, presentan
desarrollos importantes; varias llegan a los 500 metros, dos superan el
kilómetro de galerías, y una de ellas en concreto (HPC-5), supera los 5
kilómetros de galerías sin haber finalizado todavía su exploración. En todas
ellas nos encontramos todo un entramado laberíntico de galerías mineras de
época romana y los restos de una actividad humana detenida en el tiempo en
un medio subterráneo.

LOS TEXTOS CLÁSICOS SOBRE EL LAPIS SPECULARIS Y SU INTERPRETACIÓN
Una de las claves principales que han contribuido al desconocimiento y a
la confusión sobre la naturaleza del espejillo, es la que radica en la
traducción de las fuentes historiográficas de época clásica. Aún hoy, muchas
de las traducciones al castellano de textos latinos donde figuran
referencias al lapis specularis han sido resueltas con el
socorrido recurso de "vidrio" o "cristal", anulando lo revelador del dato y
condenando al lapis specularis al ostracismo.
En verdad, son abundantes las alusiones que del lapis
specularis hicieron los autores clásicos, si bien conviene acudir y
revisar las ediciones originales de obras antiguas para comprobar que textos
actuales del tipo: "los cristales de la ventana", en verdad aluden y
deben traducirse en la mayoría de las ocasiones como "el lapis specularis
de la ventana", con lo que el cambio de matiz supone.
Así y todo, autores clásicos de la talla de Estrabón, Plinio
el Joven y Plinio el Viejo, Juvenal, Séneca,
Marcial, Ulpiano, Petronio, San Isidoro y otros
muchos autores coetáneos y posteriores a la explotación del lapis
specularis, hacen referencia y nos dan noticias sobre las diversas
utilidades del espejillo en la vida cotidiana.
El autor más prolífico en cuanto a noticias e información sobre el
espejillo es, sin duda, el naturalista Plinio el Viejo (Cayo
Plinio Segundo), que en tiempos del emperador Vespasiano, viajó a
Hispania desempeñando una procuraduría en el año 73 o 74 d. C. Conocedor sin
duda de las explotaciones mineras por experiencia propia, las alusiones al
lapis specularis son frecuentes en su magna obra de Historia
Natural, en especial en sus libros XXXVI y XXXVII dedicados temáticamente a
la mineralogía[1].
Alguno de los textos en los que Plinio y otros autores
mencionan al lapis specularis, así como la interpretación y el
comentario que se desprende de los mismos, se analizan a continuación:
N. H. Libro III-30: «Hispania es profusa en metales de plomo, hierro,
cobre, plata y oro, la Citerior posee lapis specularis, la Bética cinabrio».
En esta cita en la que Plinio describe la abundante riqueza
metalífera de Hispania, es importante la mención del lapis
specularis junto con el cinabrio, entre los recursos mineros principales
de Hispania, así como la asignación a la provincia Citerior de la
explotación de espejillo
N. H. Libro XXXIII-79: «Hay también otro orden de hacer oro de
oropimente, que se cava en Siria para los pintores en lo alto de la tierra,
de color de oro, pero fácil de quebrar como piedras especulares». El
dato que aporta este fragmento del libro XXXIII, es significativo en cuanto
a una de las características del lapis specularis, ya que hace
mención a la fragilidad de su tratamiento, que no, como veremos más
adelante, a su resistencia y dificultad de explotación.
N. H. Libro XXXVI-160: «Efectivamente, estas piedras se pueden cortar,
en cambio, la especular, a la que también se califica como piedra, tiene
unas características que permiten cortarla con mayor facilidad en láminas
todo lo finas que se quiera. Antiguamente sólo se encontraba en la Hispania
Citerior, y no en toda ella, sino exclusivamente en un área de cien mil
pasos alrededor de la ciudad de Segóbriga. Hoy día se encuentra también en
Chipre, en Capadocia y en Sicilia; recientemente se ha descubierto en Africa.
No obstante, todas estas variedades son inferiores a las de Hispania. Las
piedras especulares de Capadocia son muy grandes, pero oscuras». Del
texto pliniano se deduce claramente la idoneidad que como material de
construcción posee el lapis specularis gracias a unas
propiedades intrínsecas que facilitan su manipulación mediante corte con
sierra y una capacidad de exfoliación que permite obtener una serie de
láminas de yeso de igual forma con una sola pieza.
El resto de texto es de gran importancia al situar y delimitar
perfectamente la extensión del conjunto minero. Buen observador y
recopilador de datos, Plinio describe con exactitud la localización
de las minas de lapis specularis, adscribiéndolas a un área de
cien mil pasos alrededor de la ciudad de Segóbriga.
Tenemos que matizar, que el paso romano, la medida de longitud referida
por Plinio, ha sido objeto de numerosos estudios de aproximación,
tanto a partir de reglas graduadas encontradas, como de comprobaciones
metrológicas efectuadas en monumentos antiguos.
Igualmente, sabemos que el arquetipo del pie romano estaba depositado en
el templo de Juno Moneta en Roma, como patrón de uso oficial,
al igual que nuestro metro patrón actual se halla en el Museo de Pesas y
Medidas en París.
Así, se considera que el passus equivalía a unos cinco pies
romanos, tal como se generalizó en época imperial, y que se correspondería a
1,478 metros actuales, de ahí que la distancia estimada por Plinio sería de
147,800 Km. Si tomamos esta distancia como diámetro de un círculo con centro
en la ciudad de Segóbriga, nos daría un radio de 73,900 Km, medidas muy
aproximadas a las reales, ya que el más alejado de los complejos mineros, el
del término municipal de la Frontera (Cuenca), está a unos 76 Km en línea
recta hacia el noreste de Segóbriga. La considerable extensión del conjunto
minero ha sido confirmada con los datos arqueológicos que las prospecciones
han aportado, aunque posiblemente Plinio al referirse al área
que ocupan las explotaciones mineras, nombre a Segóbriga como lugar
central y referencia geográfica de la zona de la Citerior donde
se extrae la piedra especular y no como la asignación de este amplio espacio
minero al territorium de la ciudad de Segóbriga, ya que de ser así,
Segóbriga englobaría ciudades de igual rango, como la vecina Ercavica, que
cuenta y sin duda controla (al menos espacialmente), importantes complejos
mineros de lapis specularis en la Alcarria.
Por último, otro dato importante del texto comentado, es la distinción de
la explotación del lapis specularis de Hispania como la
principal zona de producción del Imperio, la primera en ponerse en
explotación y la de mayor calidad frente a otras zonas productoras.
N. H. Libro XXXVI-161: «En la comarca de Bolonia, en Italia, se
encuentran en forma de pequeños cordones adheridos a rocas de sílice, y
ambas piedras parecen muy similares. En Hispania la piedra especular se
extrae de pozos muy hondos; también se la encuentra en el interior de otra
roca, bajo tierra, de donde se extrae el bloque entero o se corta; lo más
habitual, sin embargo, es encontrarla fósil y en forma de bloques sueltos y
toscos, y nunca hasta ahora de tamaño superior a cinco pies de largo. Es
evidente que, al igual que pasa con el cristal, este humor se congela en
virtud de alguna exhalación de la tierra y se petrifica; porque, cuando los
animales salvajes caen en estos pozos, al cabo de un solo invierno la médula
de sus huesos adquiere esta misma naturaleza pétrea».
Al referirse a la explotación de espejillo en Hispania, Plinio
comenta su extracción mediante el uso de grandes pozos. Un gran número de
ellos ha podido ser constatado por nosotros, aunque la profundidad de los
mismos se sitúa en máximos de treinta metros.
Con relación al sistema de laboreo del lapis specularis, se
cita la forma de extraerlo por medio del arranque de bloques, en aquellas
zonas donde el espejillo se encuentra conjuntamente con la roca encajante,
consistente en un yeso compacto microcristalino, y si era posible,
posteriormente se cortaba con sierra para manipularlo más cómodamente, no
superando la placa extraída nunca los cinco pies de tamaño (como vimos
anteriormente cerca del metro y medio).
En cuanto a la naturaleza fósil del espejillo, y a su formación mediante
un humor congelado procedente de una exhalación de la tierra que hace que la
piedra especular se petrifique, tenemos que decir que semejante teoría sobre
la génesis del lapis specularis, proviene de la concepción
aristotélica que considera que con la evaporación del agua por efectos del
calor se obtiene dos exhalaciones, una húmeda y otra seca que producen
respectivamente metales y fósiles. Este punto de vista o similar, fue común
durante la Antigüedad en los autores que se interesaron e intentaron dar una
explicación a la formación de la Tierra. Sin duda Plinio recogió la
tradición de Aristóteles, o de alguno de sus discípulos, como
Teofrasto, del que Plinio tomó abundantes notas de su lapidario, para
explicar a su vez el origen y la formación del lapis specularis.
N. H. Libro XXXVI-162: «A veces se encuentra piedra especular negra;
pero es la blanca la que, a pesar de su conocida blandura, posee la rara
cualidad de aguantar fríos y calores extremos sin envejecer, con tal de que
se la trate con cuidado, a pesar de que el envejecimiento afecta a muchos
tipos de roca. La piedra especular ha encontrado una nueva aplicación al
extenderse, a modo de virutas y raeduras, sobre el suelo del Circo Máximo
durante la celebración de los juegos circenses, para conseguir una blancura
más agradable».
Las dos variedades de espejillo blanca y negra, quizá sean consecuencia
de la mayor o menor presencia de impurezas en el interior de sus placas
transparentes, de manera que la negra dejaría pasar con menos nitidez la luz
y de ahí su denominación. Por otro lado, la durabilidad del espejillo como
material de construcción queda patente en ejemplos reales que hoy podemos
ver, como el del actual óculo de espejillo que se conserva en la entrada de
la Colegiata de Belmonte (Cuenca), y que desde 1640, fecha en que se
emplazó, ha venido desempeñando su función sin que el paso del tiempo haya
hecho mella en él o alterado su utilidad.
Por último, Plinio facilita uno de los usos que de la piedra
especular se hizo en época romana, consistente en la utilización del
espejillo como elemento de decoración y esplendor gracias al brillo que sin
duda desprendería al reflejarse el sol en él, y que contribuiría a realzar y
embellecer los espectáculos públicos como las populares carreras de caballos
de los circos.
N. H. Libro XXXVI-163: «Durante el principado de Nerón se descubrió en
Capadocia una piedra dura como el mármol, blanca y traslúcida incluso en las
partes donde presentaba unas venas amarillas; por lo cual la llamaron
phengites. Con esta piedra construyó Nerón el templo de la Fortuna, llamado
"templo de Sejano", que había sido consagrado por el rey Servio y que luego
quedó dentro del recinto del palacio dorado de Nerón. Esta es la razón por
la que, aun teniendo las puertas cerradas, había durante el día en su
interior una claridad como si fuese de día, distinta de la claridad de las
piedras especulares, porque en este templo la luz parece estar encerrada, no
transmitida desde el exterior. En Arabia escribe Iuba, hay también una
piedra que tiene la transparencia del vidrio y que utilizan en lugar de la
piedra especular». En esta cita Plinio da referencias de
otras piedras traslúcidas de igual uso que las especulares y de las que se
sirvieron en época romana, como las de Arabia y Capadocia, estas últimas
posiblemente alabastros.
N. H. Libro XXXVI-182: «Una sustancia afín a la cal es el yeso, del
que hay muchas clases: puede obtenerse de una piedra por cocción, como
sucede en Siria y en Turio; o extraerse del subsuelo, como es el caso de
Chipre y de Perrebia; o encontrarse a ras de suelo, como en Tinfea. La
piedra que se somete a cocción ha de ser muy similar al alabastro o al
mármol. A este fin, en Siria escogen las piedras más duras y las cuecen con
excrementos de ganado bovino, para acelerar su combustión. Pero esta
demostrado que el yeso de mejor calidad es el fabricado con piedra especular
o con cualquier otra piedra que se pueda separar en láminas».
Una distinta aplicación, que no la principal, que vemos del uso del
lapis specularis es
la obtención de yeso de fragua. Las explotaciones de lapis
specularis se sirvieron de los restos de sus placas y del material
desechado, para una producción secundaria que aprovechaba recortes y sobras
para conseguir yeso y escayola de la máxima calidad, para usos constructivos
y ornamentales.
Otro de los autores, del que no conocemos su procedencia pero si su obra,
es Petronio, que escribió El Satiricón en torno al 62 d. C.,
alude al lapis specularis en su capítulo de la cena de
Trimalción de la siguiente forma:
El Satiricón, "la cena de Trimalción", 68-1
[2] : «Después de un breve intervalo, Trimalción mandó servir los
postres. Los esclavos retiraron todas las mesas y pusieron otras.
Espolvorearon el suelo con serrín coloreado de azafrán y cinabrio, y -cosa
nunca vista por mi- con piedra especular en polvo».
No cabe duda que el empleo del lapis especularis junto a
serrín teñido de azafrán y bermellón, debe entenderse como la ostentación de
"nuevo rico" que es Trimalción que, para impresionar a los invitados de su
banquete, hace recoger las sobras de comida del suelo usando materiales
suntuosos como el azafrán, el bermellón y el lapis specularis,
a fin de obtener una vistosa gama cromática donde el amarillo del
azafrán y el rojo del cinabrio, se unan al reflejo brillante que, como en el
suelo del Circo Máximo, proporcionaba el lapis specularis.
Este dispendio de materiales de lujo, derrochados como aglutinantes
para barrer los restos y desperdicios del convite, nos informa del alto
valor económico y la consideración que una sustancia como el lapis
specularis podía tener en la época, al asimilarla a productos tan
valiosos como el azafrán y el bermellón.
Igualmente, el poeta bilbilitano Marco Valerio Marcial que
vivió entre el 41 y el 103 d. C., escribió en uno de sus epigramas una
curiosa pero importante aplicación del lapis specularis:
Epigramas, Libro VIII-14. Epigrama "contra un amigo desalmado"
[3] : «Para que tus pomares de Cilicia poblados de pálidas flores no
teman el invierno y una brisa demasiado fuerte no hiera el tierno bosque,
unas vidrieras [de lapis specularis] que se oponen a los notos
invernales dejan pasar serenos soles y el día sin sombra».
Las plantas cilicias son de nuevo el azafrán, pero esta vez combinado de
forma distinta con el lapis specularis, de manera, que nos
encontramos con el uso de invernaderos que utilizan placas de espejillo como
acristalamiento para aislar del frío y que permiten por su transparencia el
paso de la luz y de los rayos del sol.
El uso del lapis specularis como vidrieras de invernadero
tanto para plantas ornamentales como incluso para cultivo, abrió una amplia
expectativa de demanda del producto que repercutiría directamente sobre las
explotaciones y sobre una utilización en la que no tendría competencia.
Por el gaditano Lucio Junio Moderato Columela, autor en el siglo I
de nuestra Era de un tratado sobre agricultura y horticultura conocido como
De Re Rustica, sabemos que el emperador Tiberio contaba con
invernaderos de lapis specularis en los que crecían las
plantas exóticas que Tiberio había recolectado en sus campañas y que
igualmente, su despensa estaba provista, incluso en invierno, de productos
hortícolas que él mismo cultivaba en invernaderos de lapis
specularis que proporcionaban una luz tenue y generaban un clima
artificial para las plantas.
Otro autor clásico que en su obra cita al lapis specularis
es Juvenal Persio. Conocido por sus mordaces sátiras, Juvenal
escribió este párrafo de su libro primero en torno al 110 d. C.:
Sátiras, Libro 1, IV-21 [4] :
«... sería una razón más fuerte si lo enviara a su amiga de alta
posición, que se hace pasear en una litera cerrada por anchas piedras
translúcidas [en latín de lapis specularis]».
Vemos que en el siglo II d. C., tenemos constancia de la utilización del
espejillo como ventana de litera y su aplicación en un uso común de la vida
cotidiana como es el del aislante transparente y pieza constructiva de uno
de medios de transporte de la época.
Los textos clásicos que hemos visto y comentado, se han seleccionado en
función de la información que se desprende de los mismos para clarificar y
poder dimensionar adecuadamente el auge y la importancia que tuvieron las
explotaciones mineras de lapis specularis de Hispania. En
cuanto a su puesta en laboreo, si bien contamos con fuentes literarias que
hacen referencia a la explotación, éstas son breves y parciales, por lo que
recurriremos a la observación y a la evidencia arqueológica para intentar
explicar los aspectos técnicos de la explotación y cómo ésta se llevaba a
cabo.
LA EXPLOTACIÓN: TÉCNICA Y SISTEMAS
El área de explotación del conjunto minero de lapis specularis
se sitúa en la actual provincia de Cuenca, en tierras de la antigua
Celtiberia prerromana. La zona, que se incorporó a Roma tras las
campañas de Tiberio Sempronio Graco en el 179 a. C., se vió envuelta,
desde entonces y hasta la paz de Augusto, en varios episodios de las guerras
celtibéricas y lusitanas y, posteriormente, en las guerras civiles romanas.
Casi con seguridad, será en época de Augusto cuando las minas de lapis
specularis se pusieron en explotación, ya que al parecer, sólo a partir
de entonces no se darían las condiciones adecuadas que hicieran posible la
puesta en labor del Minal y las posibilidades de exportación de sus
recursos. Este hecho, se está confirmando arqueológicamente en las
excavaciones y prospecciones llevadas a cabo, donde el material arqueológico
de los poblados mineros hasta ahora arranca en época augustea, no habiendo
testimonio anterior, por el momento, de otro tipo que no fuera la extracción
de yeso de fragua para uso local por las comunidades preromanas de la zona.
La prospección: la búsqueda del mineral
El entramado que la explotación suponía, exigía de múltiples y variadas
funciones para su puesta en marcha. La primera y una de las principales
labores mineras era la de la localización de los yacimientos.
Los prospectores romanos se valieron seguramente de la experiencia y el
saber de los habitantes de la zona para hallar los yacimientos de yeso. Una
de las primeras evidencias que tenemos del empleo del yeso en la región, la
hallamos en el asentamiento de Villas Viejas o Fosos de Bayona (la antigua
Contrebia Cárbica prerromana), yacimiento cercano a uno de los complejos
mineros de lapis specularis.
El poblado, un importante núcleo de población entre los siglos IV al I a.
C., cuenta con un ancho foso defensivo de sección en "V" que está excavado
en la roca y en el que las caras internas del foso fueron enlucidas de yeso
para impedir el ascenso del mismo y mejorar con ello su defensa. Estas
aplicaciones y el conocimiento de las zonas de extracción, fueron los
primeros indicios que los romanos usarían para la búsqueda del lapis
specularis, pero sólo la práctica y la experiencia les ayudaría a
localizar la mena beneficiable del espejillo. Posiblemente los mineros
pusieron en práctica el viejo sistema de, una vez detectado un yacimiento
buscar en las proximidades del mismo. Este método les pondría en
antecedentes de un hecho que hemos podido comprobar geológicamente: la
existencia de zonas mineralizadas que se desarrollan linealmente a lo largo
incluso de kilómetros pero con anchos de apenas un centenar de metros.
Estas zonas mineralizadas parecen estar asociadas a líneas de falla, por
su proximidad a éstas y, del mismo modo, existen unas direcciones
preferentes que agrupan en una misma orientación a varios minados. Este
hecho, seguramente no pasaría inadvertido a los romanos, de manera que la
experiencia mostraría que un buen sistema de prospección minera era el de
poner en línea varias minas, con lo que siguiendo la dirección marcada sería
más fácil encontrar nuevos indicios. A la vista de los resultados de sus
exploraciones, tenemos que decir que sus técnicas de búsqueda fueron de la
máxima eficacia, ya que la presencia de los yacimientos de lapis
specularis, ni en los sitios más aislados, pasó desapercibida a los
prospectores romanos.
El laboreo
Una vez localizado el yacimiento, se practicaban una serie de accesos al
mineral. No sólo hicieron entradas en rampa, sino que una forma fácil para
intercomunicar el exterior con el interior de la mina era mediante el uso de
numerosos pozos. Hoy en día, la mayoría de los pozos se encuentran cegados,
algunos por el paso del tiempo y otros tapados desde época romana.

Sólo en uno de los complejos mineros tenemos localizadas más de ciento
veinte accesos al interior, de los que hoy podemos ver algún indicio, siendo
su número total notablemente superior dada la infinidad de pozos o entradas
en rampa que, no siendo perceptibles desde el exterior, pueden constatarse
desde el interior de las minas, observando los rellenos y colmataciones de
los mismos.

En cuanto a su morfología, los pozos de las minas de lapis
specularis son en su mayoría, cuadrados o con tendencia rectangular,
aunque se han documentado algunos de forma redonda. El predominio de las
formas cuadrangulares, se explica por una mayor facilidad para afianzar el
terreno mediante entibaciones con madera y hacer más segura la instalación.
En la excavación arqueológica de uno de estos pozos mineros, quedó
patente la existencia a tramos de un entibamiento de costillajes de madera,
que había sido retirado previamente al abandono y relleno del pozo. El pozo
presentaba una sección cuadrangular y estaba colmatado con deshechos
cortados de espejillo, entre los que se hallaron materiales arqueológicos de
época romana. A intervalos, aparecían claramente en las paredes del pozo las
marcas en la arcilla de hastíales de madera que habían fijado su impronta
una vez sacados, posiblemente para ser de nuevo reutilizados.

El diámetro de los pozos suele ser de unos dos metros y medio por
dos de sección, con una profundidad máxima de 30 m. En superficie instalaban
tornos y poleas para la extracción del espejillo y otros servicios que
permitieran su uso. Algunos pozos, que no han sido entibados por estar
excavados en roca, tienen unos huideros o pequeños huecos horadados en las
paredes que servirían como apoyos de los pies para ascenso y descenso por
los pozos, ayudándose en ocasiones con cordajes.
Las separaciones entre los pozos suele ser muy reducida, dado que la
explotación se basa en un sistema donde los pozos eran bastante numerosos,
haciendo posible el trabajo simultáneo en varios lugares a la vez. Esto
permitía una buena ventilación, aireación y algo de luz natural en la mina,
así como facilita una rápida extracción del mineral y hacía que éste
sufriera un menor deterioro, al no tener que estar transportándolo por el
interior en largos recorridos.
Para las entradas al tajo y la extracción no sólo se usaban pozos,
también se utilizaron entradas horizontales y rampas de acceso que,
mediante planos inclinados, iban ganando cota de profundidad y permitían un
uso más fácil y cómodo a hombres y acémilas, aunque estas instalaciones con
el paso del tiempo han sido las primeras en taparse por su facilidad
de colmatación.

Una vez en el interior, el desarrollo de la explotación comenzaba y se
organizaba desde amplias salas de las que surgen galerías en todas las
direcciones. Este tipo de explotación minera constituye el sistema de
explotación básico conocido como "de Sala y Galería", típico de la minería
antigua de interior.
Las salas son amplias cámaras de forma irregular, que oscilan entre los
cinco y los cuarenta metros de diámetro, donde normalmente se usan pilares
de sustentación esculpidos en la misma roca para evitar hundimientos. En
estas salas suelen existir uno o varios pozos o entradas, necesarios para,
de este modo, poder operar con mayor comodidad en los trabajos de extracción
y poder contar con un espacio amplio donde depositar los materiales y
enseres necesarios del laboreo.
A veces, las grandes cámaras o anchurones son producto del encuentro de
una bolsada rica en espejillo que motivó su excavación intensiva,
arriesgando y descuidando la seguridad. Contrariamente a lo visto en
los pozos, no hemos encontrado, por el momento, ningún indicio de
apuntalamiento en madera ni en las salas ni en las galerías, siendo
frecuentes los sitios donde hay derrumbes, hundimientos y zonas inestables
como consecuencia de trabajos que apuraron al máximo las extracciones.

El ámbito minero que configura las explotaciones de lapis
specularis es por lo general intrincado, la estructura de las labores es
enmarañada y de difícil identificación. Su morfología es laberíntica como
consecuencia de un sistema de explotación que busca y sigue la
dirección de las zonas mineralizadas por donde éstas se desarrollen.
Así, si los veneros o venas por donde va la mena siguen una misma cota,
se trabaja en horizontal, si la vena desciende, se excava un pozo y se
trabaja en tantos pisos como haga falta. Incluso en alguna de las minas se
superponen hasta cinco niveles distintos de explotación.

La profundidad máxima a la que llegan las labores la estimamos en unos
cuarenta metros, aunque en los pisos más bajos nos encontramos con zonas
inundadas por el agua procedente de las precipitaciones o por el nivel
freático que afecta a salas y galerías. En muchas de las minas se constata
la existencia de pisos inferiores inundados, pero su exploración supone un
alto riesgo que nos imposibilita saber cual sería el tajo límite en
profundidad de las explotaciones y con qué medios afrontaron los mineros
romanos de las minas de lapis specularis esta dificultad
técnica, ya que es un hecho que trabajaron por debajo del nivel freático.
Por el momento, no se han hallado indicios arqueológicos que indiquen que
método de evacuación de agua utilizaban, pero es claro que en algunas zonas
necesitaron facilitar una salida la exterior de las aguas que dificultaban
el trabajo en la mina.

En caso de que el filón ascendiera, se recurrió al sistema de realces,
que consiste en utilizar los propios residuos picados (ganga), como material
de base donde apoyarse para ganar altura y poder continuar la explotación en
dirección ascendente.
El avance o progresión por las galerías se hacía siguiendo uno de los
principios que regían la explotación, que no era otro que el de la economía
de medios en esfuerzos y trabajos. De este modo, una vez que una galería o
zona se explotaba, y por tanto quedaba agotada de espejillo, se rellenaba
con los desechos procedentes de las zonas contiguas a la zona interior que
se había explotado, repitiéndose este esquema a medida que el frente de tajo
avanzaba.
Este método o sistema es conocido como "principio de transferencia" y,
como su nombre indica, consiste en apartar y transferir los estériles de las
nuevas zonas de trabajo a los lugares cercanos donde los tajos han
concluido. El sistema ahorra tener que sacar los derrubios al exterior,
acomodando los escombros en las labores abandonadas y alterando con ello la
fisonomía original de la mina.
La economía de esfuerzos queda patente en ocasiones en las dimensiones de
ciertas galerías donde los trabajos se han llevado al mínimo y las galerías
han quedado reducidas a sinuosos y estrechos conductos en los que apenas hay
espacio para avanzar y permitir el paso. Por supuesto esto no es siempre
así. La práctica mentalidad romana conjuga una organización en el diseño y
la explotación de la red de galerías donde hay elementos de mayor o menor
orden e importancia, y que en conjunto forman el entramado de la mina.
Así, vemos que hay unos sectores preeminentes que son las galerías
principales o de primer orden, y que actúan como arterias de los sistemas de
galerías, canalizando en sus ejes el enramado de galerías. Las galerías
exploratorias o colaterales, se abrían a partir de estas galerías
principales buscando la continuidad de las zonas mineralizadas; a veces las
galerías acababan bruscamente a escasos metros en los llamados "fondos de
saco", que no son sino intentos frustrados de escasas dimensiones. Por el
contrario, si la galería colateral continuaba solía formar un bucle o
circunvalación que, por lo general, regresaba a la galería principal de la
que partió, pero en otro punto, contribuyendo al aspecto caótico y
laberíntico de la mina.
¿Pero que era lo que decidía la configuración y articulación de las
labores?, ¿Quién o qué, hacía y decidía que una zona se gestara como área
principal o galería exploratoria?. Parece lógico pensar que pese al orden y
la organización romana, el azar condicionaba la red de galerías y marcaba la
pauta de la explotación, pero la respuesta tenemos que buscarla en la
formación geológica del terreno explotado y en los fenómenos kársticos que
en él se produjeron. [5]
El yeso (sulfato cálcico hidratado) es un mineral soluble al agua, lo que
motiva que su karstificación sea relativamente rápida a escala geológica, y
normalmente más rápida de la que experimentan las calizas. La karstificación
consiste en el agrandamiento por disolución de las discontinuidades
presentes en la roca (plano de estratificación, fracturas.) generándose una
red de conductos (cuevas) por los que circula el agua subterránea. En el
curso de su evolución, estos conductos pueden rellenarse total o
parcialmente por sedimentos detríticos (arenas, arcilla...).
Los yesos miocenos de las minas de lapis specularis han
sido afectados por varias fases de karstificación de las que los mineros
romanos se beneficiaron ampliamente, aprovechándose de los conductos
kársticos preexistentes a los trabajos para acceder de forma más fácil a las
zonas mineralizadas. Estas redes de conductos kársticos, fueron posiblemente
usadas como medio de prospección interna y configuraron en gran medida el
entramado, la dirección y el orden de la explotación, mediante la excavación
preferente de los sedimentos detríticos que rellenaban parcialmente los
canales naturales, dada la facilidad de su trabajo y la progresión que
suponía avanzar utilizando esa técnica.
El instrumental minero
A la hora de enfrentarse a la explotación del lapis specularis,
el minero romano tenía un instrumental adecuado donde predominaban las
herramientas metálicas. Para la puesta a punto de la herramienta contaban
con fraguas y hornos a boca de mina como los documentados en excavación en
el complejo minero de Osa de la Vega (Cuenca), y que permitían la
fabricación de los útiles necesarios y su reparación in situ.
Las herramientas eran afiladas con piedras de arenisca que, como indicaba
Plinio se afilaban con agua y aceite; el aceite proporcionaba un filo
suave y el agua lo hacía más acerado. Estas areniscas, con las marcas de uso
dejadas por las herramientas, son frecuentes en estas áreas mineras; se
usaban tanto para afilar y aguzar cinceles y picos, como para
instrumental de corte como los serruchos.
Entre las herramientas empleadas por los mineros romanos hay serruchos,
punzones, cinceles, punteros, piquetas, mazos, etc. Las huellas de impresión
de las herramientas son claras en las paredes de las minas en todo momento y
en ocasiones el instrumento se ha partido, quedándose incrustado en la pared
y permitiendo su estudio. Así, las herramientas más utilizadas en las
instalaciones de interior eran el puntero y la piqueta.
Los punteros son de cuatro aristas y tienen entre 1,5 y 2 cm de diámetro,
y unos 15 cm de longitud, están bien documentados, tanto por la huella que
imprime su uso en la pared como por la gran cantidad de ellos que han dejado
su punta clavada en la roca. Se utiliza golpeándolo con la maza, y se usa
tanto para perfilar previamente a su extracción las placas de lapis
specularis, como para el avance y la progresión por las galerías
mediante un sistema de percutir de arriba hacia abajo y a continuación en
paralelo y en vertical, dejando una separación entre trazo y trazo de entre
4 y 10 cm., de manera que el espacio de roca comprendido entre ambos trazos
salte en lascas por percusión, y de este modo desbaratar la pared
sucesivamente, arrancando poco a poco el terreno y permitiendo un avance
lento pero efectivo.
La oscilación de grosores entre los trazos de picada, responde a la
distinta resistencia que presenta la roca, de forma que a mayor ancho de
trazo la superficie a picar ofrece menos resistencia, mientras que los
trazos más próximos nos indican una mayor dificultad en el laboreo. En las
mediciones de la resistencia de compresión de la roca caja de yeso
microcristalino, y del propio lapis specularis mediante el uso
de esclerómetros, hemos podido comprobar que el valor medio de la
resistencia de la roca en el interior de la mina, se sitúa entorno a 450-500
Kg./cm². Considerando que el hormigón habitual de construcción tiene una
resistencia de 250 Kg./cm², vemos que la roca caja de yeso posee el doble de
resistencia que el hormigón, mientras que el espejillo se sitúa en valores
de 150-190 Kg./cm², datos sorprendentes en la presunción de la
fragilidad de explotación que se le supone a un material como el espejillo.
[6]
También para progresar por la mina se utilizaban piquetas, aunque éstas
últimas necesitaban de un espacio algo más amplio para poder picar y "armar
el brazo", que no es sino disponer del sitio suficiente como para poder
hacer el movimiento de alzar el pico y contar con un recorrido libre para
poder impactar con él en la pared. Una curiosa aplicación que hemos podido
ver de las piquetas es su uso en zonas arcillosas, donde los mineros
utilizaban piquetas rotas y romas para atacar y vaciar los rellenos
arcillosos kársticos, de esta forma avanzaban más rápido y el rendimiento en
cada picada era superior, ya que con las piquetas normales, la punta afilada
se incrustaría en la arcilla, sin ser efectiva la extracción.
Con estas herramientas metálicas, los mineros romanos esculpieron en
el interior de la mina peldaños labrados para facilitar accesos y otras
oquedades donde ensamblar poleas y tornos de uso subterráneo. Como medida
de seguridad y de apoyo en el desplazamiento de los mineros por la mina,
se esculpían en roca, en los pasos y descensos difíciles, una serie de
agarraderos y anclajes en forma de anilla en los que se fijaban cordajes.

Es de suponer que estos cordajes, junto con las sogas, esportones y
cestos necesarios, así como parte de la indumentaria precisa para la
explotación minera fueran de obra de espartería, máxime al situarse el
conjunto minero de lapis specularis en plena estepa central
del Campo Espartario. Los espartizales son habituales en las minas de
espejillo, ya que esta gramínea se desarrolla perfectamente en los suelos
yesíferos, de manera que todavía hoy es patente la clara relación existente
entre minas de lapis specularis y presencia de plantas de
esparto, de la que los mineros romanos supieron sacar provecho.
La iluminación
El método de iluminación empleado en el interior de estas minas era,
sobre todo, mediante la utilización de lámparas de aceite, conocidas como
lucernas. Es frecuente encontrar en el interior de las minas una serie de
nichos o huecos de reducidas dimensiones, horadados en la pared a intervalos
y situados a lo largo de las galerías y salas. Estas pequeñas oquedades
reciben el nombre de lucernarios y su misión no es otra que servir de
soporte a las lucernas con que se iluminan los mineros en el interior, por
lo que generalmente se colocan en un lugar algo más elevado del nivel de los
ojos del trabajador que se encontraba en la galería.

Los mineros de las minas se sirvieron preferentemente para iluminarse de
estas pequeñas lámparas de aceite que, situadas estratégicamente,
suministraban la luz necesaria para trabajar en la mina, aunque
también se utilizaron otros medios de iluminación, como teas y antorchas. A
pesar de las reducidas dimensiones de las lucernas de las minas de lapis
specularis (unos 5 cm. de largo), la luz proporcionada por la combustión
del aceite daba, como hemos podido experimentar, una iluminación suficiente
para el trabajo. Las antorchas se usarían como iluminación portátil y de
refuerzo de las lucernas.
Extracción y procesado del mineral
Una vez conocidos los métodos de trabajo, la iluminación, y el
instrumental minero, nos queda por conocer cómo se extraía el lapis
specularis. La secuencia de extracción de las placas de espejillo
comienza, como nos indicaba Plinio el Viejo, con el arranque
de los bloques dentro de la mina, y si era factible se reducía el tamaño del
bloque extraído mediante su corte con serrucho ya en el interior, para poder
así sacar y transportar el menor volumen posible. Los bloques se porteaban
por las galerías de trecho en trecho hasta los pozos, de donde se sacaban al
exterior mediante tornos o por las rampas con el uso de caballerías.
En el exterior, el espejillo se acarreaba a las instalaciones de
superficie que se situaban a boca de mina, donde los centros de
procesamiento debastaban las placas y las seleccionaban por calidades y
tamaños. Después de los retoques y de la selección, las placas de espejillo
se cortaban con sierra en módulos comerciales, usando una serie de
plantillas y punzones que dibujaban y perfilaban, con incisiones en el mismo
espejillo, el formato y la superficie a cortar según el módulo requerido.
La forma más frecuente de los módulos es la rectangular o cuadrada. El
formato cuadrado es fácil de apilar y embalar, lo que abarata
sustancialmente los costes, aunque no se descarta el uso de módulos más
complejos que requerirían complicados dibujos curvos, u otras formas
geométricas como triángulos, círculos, rombos, etc. Los módulos de espejillo
eran ideales para su aplicación como acristalamiento a modo de
vidrieras en ventanales o celosías a basé de vanos de cerámica o piedra, o
en rejas metálicas y entramados de madera que hacían las veces de ventanas.
La piedra especular se puede cortar con sierra fácilmente. Se usaron
distintos tipos de sierra. A juzgar por las huellas dejadas en los
espejillos cortados, los grosores de los dientes de las sierras y serruchos
son de varios tamaños, pero todas las piezas presentan un ángulo de corte 45
grados, por lo que es de suponer el apoyo de las placas en superficies
planas, seguramente mesas o bancos de trabajo para poder cortarlas con mayor
comodidad.
Una vez cortadas, las placas se hienden con cinceles y se separan en
láminas, exfoliándose en planos naturales. La exfoliación permite que, de
una pieza en bruto, se obtengan una serie de láminas idénticas del mismo
patrón, siempre en función de la capacidad de grosor de la placa de
espejillo. Esto es muy útil en parámetros constructivos, ya que con varias
exfoliaciones se contaría con una serie de módulos iguales que son replicas
de sí mismas, y agiliza el trabajo si se necesitase, por ejemplo, una serie
de piezas idénticas para cubrir un vano subdividido en retículas moduladas
que se pretendiera construir.
No sabemos todavía cómo se las ingeniarían para conseguir el "ancho
predeterminado" a la hora de lajar las placas, es decir, cómo conseguían un
ancho preciso por ejemplo, de láminas de dos centímetros, ya que la
exfoliación tiende a lajar las placas por las direcciones de fracturas y de
debilidad, y no por anchos homogéneos, dificultando enormemente obtener la
medida deseada y establecida. Quizá el método sea semejante a la de los
maestros de cantería, que van fijando pequeñas cuñas de madera a intervalos
iguales, para que las piedras se partan con el mismo grosor y de manera
uniforme en el lugar adecuado; este trabajo sería hecho por personal
especializado.
Con los módulos de espejillo ya preparados, sólo restaba embalarlos y
distribuirlos. El embalaje también se hacía en la instalación minera,
posiblemente en cajas de madera rellenas de paja o en sacos de esparto
precintados con plomo, a juzgar por el elevado número de ellos que hay en la
zona de minas.
La distribución del espejillo se haría con carretas tiradas por
caballerías y, las más pesadas, por bueyes. El transporte rodado de carga se
serviría de las calzadas como vías de comunicación para el comercio del
lapis specularis, en especial la calzada hacia Carthago-Nova que,
sería la ruta natural de salida y exportación del espejillo.
El motor económico de las minas queda determinado por el trazado viario
de la zona. La red de vías se adaptó de forma clara a la explotación
de las minas, de manera que en la distribución de los complejos mineros de
lapis specularis, éstos están situados en relación con las
calzadas, como consecuencia de una planificación e implantación previa en la
infraestructura viaria con objeto de poder explotar los recursos mineros.
Esta correspondencia entre calzadas y minas de espejillo, ya fue
comentada en su día por Santiago Palomero, en su obra sobre las vías
romanas de Cuenca, en la que, entre sus conclusiones finales, destaca lo
evidente de la relación entre vías y la explotación de lapis
specularis.
La mercancía y las comunicaciones, por tanto, se orientan preferentemente
hacia la costa, buscando el mar como medio de transporte y difusión. El
mineral se embarcaba en Cartagena o en los puertos y ensenadas próximos, de
forma que Carthago-Nova hacia función de puerto para la comercialización por
vía marítima del lapis specularis hacia otros lugares del
imperio. Esto es lógico, teniendo en cuenta las documentadas relaciones
comerciales que unen a las dos zonas mineras, al ser la vía hacia Cartagena
la forma más rápida y directa de canalizar la producción de espejillo para
desde allí exportarla. Por otro lado, Cartagena, como región minera y
capital administrativa del conventus Carthaginensis, cuenta
también con la experiencia, recursos y capacidad suficientes para asumir las
funciones de centro distribuidor, aprovechando sus propias estructuras de
comercio, almacenaje y embarque.
EL DISTRITO MINERO OLVIDADO
La riqueza minera de Hispania ha sido alabada y mitificada desde la
antigüedad, de siempre ha sido considerada como la provincia romana que
contaba con mayor y las más variada riqueza en lo que respecta a recursos
mineros y lugares de explotación. Esta realidad se ha visto confirmada por
los distintos estudios e investigaciones que sobre las principales áreas de
minería romana se han venido llevando a cabo, y que a modo de resumen, y
exceptuando lugares puntuales de actividad minera, se englobarían
geográficamente en lo que ha venido a llamarse las cuatro regiones mineras
de Hispania.
Las cuatro zonas mineras de la antigüedad son el Noroeste con su rica
minería del oro de León, Galicia, Asturias y norte de Portugal. La región de
Sierra Morena, que engloba las actuales provincias de Jaén, Ciudad Real,
Córdoba, Sevilla y Badajoz, donde se explotó fundamentalmente cobre y galena
argentífera para la obtención de plomo y plata. La zona Sudoeste que ocupa
unos 200 km de largo de España a Portugal, en lo que se conoce como la faja
pirítica del Suroeste y en la que la actividad minera romana se centro en la
plata, el cobre, el hierro y quizá el oro, y por último el Sudeste
peninsular, con sus centros de Cartagena, la Unión y Mazarrón, donde la
galena argentífera proporcionaba plata y plomo.
Fuera de este marco, se encuentran el resto de pequeñas explotaciones que
de forma diseminada y en espacios y proporciones más modestos, completarían
el cuadro del panorama minero de la Hispania Romana.
Si existe un denominador común en el carácter de conjunto de las
explotaciones mencionadas, es su adscripción generalizada y de manera
categórica a la minería metálica. En otro apartado se situarían las canteras
de piedra ornamental y de uso industrial, en las que se incluirían los
mármoles y otros materiales lapídeos de los que los romanos se sirvieron,
aunque este tipo de explotaciones se caracterizaba por un sistema de
extracción predominantemente a cielo abierto.
El lapis specularis, considerado como de uso ornamental e
industrial, al igual que la minería metálica, desarrolla, como ya hemos
visto, un tipo de minería subterránea basada en la economía de esfuerzos.
A diferencia de otros recursos pétreos que se explotan a cielo abierto,
el lapis specularis se gestó y gestiono como una explotación
de interior, a pesar de que en ocasiones los resultados de los vencimientos
y hundimientos de las grandes salas, dejan visibles al exterior hondonadas
de más de 50 m. de diámetro y de unos 3 m. de profundidad, dando la sensación
de encontrarnos con minería a cielo abierto. Pero nada más lejos de la
realidad; el speculum se da de forma escasa y aislada, en
zonas y pequeñas bolsadas en el interior de la tierra, y no de forma masiva
como el mármol u otros materiales lapídeos, lo que imposibilita su extracción
de forma directa como las canteras.
La roca o ganga que incluye al espejillo, proporcionalmente ocupa un
espacio muy superior a éste, de manera que una explotación a cielo abierto
implicaba un transporte de estériles descomunal e imposible de asumir, y
menos rentable que abordar su explotación mediante pozos y galerías.
La rentabilidad de la producción y la forma de llevarla a cabo se
determina por tanto por su ratio de explotación o, lo que es lo mismo, por
la proporción existente entre estériles y mena beneficiable. Si el volumen
de estériles es mínimo y casi todo es mena, una explotación es rentable a
cielo abierto, mientras que si el volumen de estériles comienza a ser
elevado, sólo mediante minería de interior se podría llevar a cabo de
forma provechosa.
Por lo general, la investigación sobre minería antigua romana se ha
centrado sobre todo en la minería metálica, los cotos mineros históricos por
excelencia, que debido a su continuado uso a lo largo del tiempo, son mucho
más conocidos. Este hecho ha dado lugar a una curiosa situación: el que uno
de los mayores conjuntos mineros romanos haya pasado prácticamente
inadvertido y los conocimientos sobre el mismo sean de una escasez
abrumadora, a pesar de la extensión y la evidencia del conjunto minero.
Las notas sobre el mismo son vagas y reiterativas, no figurando ni
siquiera en algunas de las obras básicas de referencia sobre minería antigua
de Hispania romana. En cierta forma, se debe a la complejidad y dificultad
de estudio, así como a su gran magnitud, el que no se halla planteado un
acercamiento o estudio de conjunto de estas minas, de manera que uno de
nuestros activos patrimoniales en minería antigua más importantes e
interesantes, apenas haya comenzado a darse a conocer.
[7]
La minería del lapis specularis es singular y particular.
En gran parte desde su abandono, las explotaciones se encuentran intactas,
preservando su morfología romana, lo que proporciona un entramado de
kilómetros de galerías subterráneas de época y con apenas alteraciones, con
lo que esto significa para la investigación.
El final de las explotaciones de lapis specularis vino
condicionado por el desarrollo de la industria del vidrio y su sustitución
por éste. Al no haberse continuado la explotación nada más que de forma
residual, el espejillo se sumió en el olvido, y su minería permaneció
desconocida y ajena a la tradición histórica minera que otras zonas y otras
explotaciones por sus continuas reactivaciones a lo largo del tiempo, han
mantenido.
La valoración correcta de las minas de lapis specularis
dentro del proceso de romanización y su repercusión económica, social,
política e ideológica, están lejos de dilucidarse aún adecuadamente. Esta
situación, de la que se ha esbozado alguno de los motivos, es similar en
cierta forma, a la concepción que hasta hace poco se tenía del Centro de la
Península durante la etapa romana, considerada como una zona de paso y de
carácter periférico, frente a otras zonas más tempranamente romanizadas y
con mayor desarrollo urbano.
La investigación y estudios actuales han demostrado que esto no es así;
la realidad de la zona Centro presenta un acusado rango de romanidad, con
una intensidad muy superior a lo que la atribución tradicional suponía. El
grado de romanización y su configuración en el Centro Peninsular durante el
periodo romano, se revelan cada vez más de forma más compleja y substancial,
pero en la que la importancia de las explotaciones de lapis
specularis apenas han sido tenidas en cuenta.
La importancia de las minas de lapis specularis radica como
dijimos por la gran extensión del conjunto minero, su grado de conservación,
y por el volumen y número de sus explotaciones. Las minas de espejillo
proporcionaron un mineral muy apreciado en el antiguo imperio romano,
mediante la explotación de una minería subterránea de pozos, cámaras y
galerías, con un alto grado de conocimiento técnico, y con omisión de vetas
mediocres y concentración en los mejores materiales.
Para terminar, comentaremos una de las citas de Plinio el Viejo,
que a modo de resumen de su magna obra de Historia Natural, concluye,
en su libro XXXVII de esta forma:N. H. Libro XXXVII - 203: «Tras
Italia, si prescindimos de los fabulosos productos de la India, hemos de
colocar a Hispania con todas sus regiones bañadas por el mar; pues, aunque
tiene zonas secas, no obstante, cuando el suelo es fértil, produce gran
cantidad de cereales, aceite, vino, caballos y metales de todo tipo;
productos éstos en los que es igualada por la Galia. Sin embargo, Hispania
la supera por el esparto extraído de las tierras áridas, así como por la
piedra especular, por los pigmentos de lujo, por el ardor en el trabajo, por
la actividad de los esclavos, por la resistencia física de sus gentes y por
su vehemencia pasional».
Si analizamos el texto, Plinio efectúa un ranking entre los países
del mundo conocido, e inmediatamente detrás de Italia, sitúa en riquezas a
Hispania. Vemos que nombra la piedra especular (el espejillo), como uno de
los recursos principales que había en el Imperio, y que diferencia y
singulariza a Hispania frente al orbe conocido. La cita de Plinio no es
casual, es el epílogo, o a modo de conclusión de su basta obra, y en ella
cita de nuevo al lapis specularis como un material muy
valorado, y como producto de una de las más importantes actividades mineras
que se desarrollaron en Hispania durante época romana.
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1994, p. 159-182.
[1] Plinio el Viejo:
Lapidario (Libros XXXVI y XXXVII de la Historia Natural).
Traducción Avelino Domínguez García e Hipólito-Benjamín Riesco. Alianza
Editorial. Madrid, 1993
[2] Petronio: El Satiricón,
La cena de Trimalción (68-1). Traducción Pedro Rodríguez Santidrián.
Alianza Editorial. Madrid 1987.
[3] Marco Valerio Marcial:
Epigramas, Libro VIII-14. Epigrama "Contra un amigo desalmado".
Traducción D. Estefanía. Editorial Cátedra. Madrid, 1991.
[4] Juvenal Persio:
Sátiras. Traducción Manuel Balasch. Editorial Gredos. Madrid, 1991.
[5] Agradecemos a D.ª
Margarita Díaz-Molina y a D. Carlos Rossi Nieto de la Universidad
Complutense de Madrid y Geólogos participantes en el proyecto, así como a D.
Juan Manuel García Ruiz, Cristalógrafo del Instituto Andaluz de Ciencias de
la Tierra (C.S.I.C.), sus indicaciones en materia de Geología a la hora de
hacer este artículo.
[6] Nuestro agradecimiento a
D. Manuel Arlandi Rodríguez de la empresa Geoconsult y miembro del
proyecto, por los datos facilitados de las mediciones de resistencia en roca
de las minas de lapis specularis.
[7] Actualmente y con el apoyo
de la Dirección General de Bienes y Actividades Culturales, de la Consejería
de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
Estamos dirigiendo un proyecto de investigación sobre el conjunto
minero, con unos criterios de actuación que pasan por la configuración
de un equipo multidisciplinal como el actual, que abarque distintas disciplinas,
y que de forma global garantice una intervención adecuada en las minas.

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