
Aspectos sobre las Obras Públicas romanas de
Emerita Augusta
Ponencia presentada y publicada con motivo
de I Congreso sobre las Obras Públicas Romanas
celebrado en Mérida el 15/11/2002.
TRAIANVS ©
2004
Las Obras Públicas emeritenses obviamente no son ninguna excepción
dentro del abanico constructivo romano, pero al situarse dentro de una
ciudad viva, gozar en muchos casos de un estado de conservación magnífico
y presentar una monumentalidad innegable han sido cabalmente admiradas
desde antiguo y fruto de innumerables estudios generales y monográficos
que nos permiten tener una visión amplia, y a la vez detallada, de su
evolución y funcionamiento. Pero no se puede caer en la complacencia,
pues aunque el caudal de información heredero de estos trabajos es ingente,
mucho más extenso es lo que nos queda por saber y revisar como pone de
manifiesto la práctica ausencia de consenso entre los investigadores a
la hora de interpretar los edificios.
Resulta imposible por lo breve de este trabajo analizar profundamente
todos los elementos conservados: muralla, foros, templos, edificios de
espectáculos, acueductos, cloacas, puentes, presas, vías, calles, etc.
y menos aún entrar en la discusión específica de cada uno de ellos y de
su evolución. Por ello intentaremos dar una visión de conjunto sobre cómo
fueron construidos, incidiendo especialmente en los recursos utilizados
por los ingenieros romanos para llevar a cabo sus obras, las soluciones
que se adoptaron y en las cuestiones sin resolver que se plantean, poniendo
como ejemplo algunos edificios emeritenses.
Ciertamente se puede encontrar un denominador común a las Obras Públicas
de la ciudad sin prácticamente excepción: el afán de perdurabilidad. Los
edificios denotan un perfeccionismo que emana de cada uno de sus elementos,
apreciándose la utilización de diferentes técnicas constructivas encaminadas
a asegurar la firmeza de la estructura y, por supuesto, fieles a los principios
arquitectónicos clásicos, también su belleza. En estos edificios estas
técnicas se utilizan prolíficamente manifestando copiosos recursos económicos,
en un claro contraste con las obras privadas, donde el esquema es mucho
más simple y se reduce al uso de pocos elementos estructurales, normalmente:
mampostería, ladrillo y tapial, con eventuales refuerzos de sillería en
las esquinas y vanos.
En este sentido, por ejemplo, un pilar del acueducto de «Los Milagros»
engloba toda una serie de sistemas para garantizar su estabilidad al máximo
posible. Para ello, partiendo ya desde la cimentación, ésta se realiza
formando una base de sillería de granito en su totalidad (el interior
del pilar incluido) hasta el nivel de suelo, afianzándose las juntas de
las piezas con grapas de madera en doble cola de milano, procedimiento
que también se utilizará en los contrafuertes. Éstos, aunque ha sido planteado
que pertenecen a una etapa anterior del acueducto (Hauschild, 1976: 108;
Jiménez, 1976: 122; Álvarez, 1977: 58), se unen coetáneamente al resto
de la fábrica, integrándose en el pilar para contrarrestar el empuje
lateral del viento -del que eran perfectamente conscientes los ingenieros
romanos-, ya que en el valle del Albarregas es particularmente intenso
y constante.
La trabazón entre los distintos componentes del pilar se asegura sistemáticamente,
penetrando algunos sillares de los contrafuertes profundamente en los
pilares; enjarjando sillares a tizón de los paramentos de estos últimos
en el relleno y, lo más curioso, también introduciendo el hormigón del
interior del pilar en los paramentos exteriores careándose entonces con
mampostería, asegurando de esta forma la unidad del conjunto.

Las verdugadas de ladillos son también utilizadas con una función constructiva
-como en los muros del Foro Provincial o en los acueductos de «San Lázaro»
y «Los Milagros»- y sobre las que habría que investigar profundamente,
pues debemos descartar las interpretaciones tradicionales de que sirven
para nivelar las hiladas o que son utilizadas como elemento decorativo.
Cumplen una función estructural, como pone de manifiesto el que forman
una plataforma -no son solo los ladrillos del paramento y dentro hay relleno-,
sino que ocupan también al interior toda la sección de los muros. ¿Es
necesario entonces nivelar también el relleno interior? creemos que es
claro que no, pues éste se nivela automáticamente al enrasarse con las
hiladas de los paramentos, dispuestas previamente a volcar el mortero.
Nivelada, por tanto, la hilada de sillares o de ladrillos de los paramentos
ya está nivelado el relleno interior; además, la sillería siempre aparece
perfectamente horizontal sin necesidad de ellas. La segunda cuestión está
más clara todavía: ¿es necesario decorar con ladrillos el interior de
los muros? obviamente no.
En estos dos casos la utilización de ladrillo en el relleno es totalmente
superflua y, por ello, creemos que estas verdugadas son un recurso más
para asegurar la estabilidad del edificio, aunque no sabemos a ciencia
cierta como trabajan. Quizás funcionen como "colchones" para que la estructura
soporte bien los empujes y los asientos de la fábrica jugando con la dispar
resistencia de los materiales o como zunchos situados a intervalos regulares.
La sillería de granito se utiliza en prácticamente todas las obras públicas,
normalmente combinada con las otras técnicas constructivas. Las medidas
de los sillares no son uniformes y están sujetas a variaciones importantes,
aún en un mismo edificio, aunque habitualmente dentro del gran formato
típico romano. En todo caso, se deben dar "tendencias", pues no obedecen
a un deseo expreso y exacto -como con los ladrillos-, sino que están condicionadas
por la labor de extracción y por ello, hay que tomarlas con precaución.
De hecho, los sillares al traerlos de cantera siempre deben ser en parte
más anchos, más largos y más profundos de lo que se pide para el
resultado final, con el fin primordial de proteger las aristas de los
desconchones y roturas que afearían el aparejo resultante. Por lo que
hemos comprobado prácticamente siempre viene previsto este "margen de
seguridad" que, una vez colocado el sillar en el muro, se podía quitar
totalmente en las caras (como en los pilares de «San Lázaro» y «Los Milagros»),
quedando el paramento liso; o retallarse parcialmente (como en el Teatro
o en tantos otros ejemplos) dando como resultado el bonito almohadillado.

De esta forma, en los pilares de los acueductos no hay restos de los
anclajes para elevarlos, pues han sido eliminados al retallarse los paramentos,
mientras que si son perfectamente observables en los contrafuertes.
La mampostería concertada es cuantitativamente la técnica constructiva
más utilizada: la muralla, el dique bajo la Alcazaba, el Anfiteatro, el
Tajamar de la isla, zonas de los acueductos, muros del Foro Provincial,
etc. con aparejos en todos ellos muy similares, aunque falta un estudio
detallado de la misma. En la mayoría de los casos aparece reforzada con
sillería en pilastras, puertas o elementos de importancia y representación.
También se refuerzan los edificios en los puntos necesarios, controlándose
donde actúan los empujes con especial fuerza. Poseemos de ello múltiples
ejemplos: se fortalecen los cimientos de las columnas del «Templo de Diana»
y del Templo del Foro Provincial mediante sillería integrada dentro del
hormigón del podium.

También se cambia la sección de los pilares de los acueductos cuando
varía de dirección el canal, dándoseles una mayor anchura -a modo de estribo-
para contrarrestar los empujes de las arquerías en ambas direcciones,
como sucede en las pilas 30 y 37 de «Los Milagros» (Fig) o en dos de las
conservadas de «San Lázaro».

A su vez, en los momentos en que cambia el número de los órdenes de arcos
que apoyan en un pilar (de tres a dos o de dos a uno) y por tanto uno
se queda sin su simétrico y sin contrarresto, se añade también un pequeño
refuerzo al pilar para conseguir el mismo efecto.

En el caso del puente sobre el Guadiana las soluciones son más conocidas,
como los tajamares y arquitos aliviaderos en las pilas, pero sin embargo,
no se ponen espolones a éstas, pues la gran anchura del puente al soportar
una vía de doble dirección quizás se consideró suficiente para aguantar
el empuje del agua. La cimentación del puente, se asienta en su mayoría
sobre un terreno inestable de cantos rodados, por lo que se ata mediante
zunchos que unen las pilas, formando una plataforma que evita la erosión
del río entre ellas.
De todas formas, el puente de Mérida es un caso muy complejo, pues es
producto de, por lo menos, siete u ocho etapas romanas diferentes (Feijoo,
1999: 321-337) y se nos presenta en la antigüedad no como una unidad,
sino como una sucesión de cuatro puentes -unidos por tramos- salvando
diferentes cauces, y que ha ido creciendo en longitud hacia la orilla
izquierda del río.

Parece claro que resultaron insuficientes los dos que salvan el cauce
principal y el Guadianilla al cortarse la Vía en la orilla Oeste -la más
somera- a causa de las crecidas invernales. También es posible que el
caudal se extendiera por este margen, ya que no existieron manguardias
que se lo impidieran, buscando el río el terreno que se le robó mediante
las pilas construidas -más de 80 metros en total-, recuperando así este
espacio fuera de los dos cauces iniciales.
Estos cortes de la Vía de la Plata seguramente fueron tomados por los
poderes municipales como una cuestión de prestigio y por ello se prolongó
sucesivamente la longitud del puente añadiéndose nuevas arquerías en épocas
diferentes, elevando el camino para que las avenidas no lo afectaran.
Hoy por hoy no podemos precisar el siglo al que pertenece cada una -como
explicaremos más tarde-, pues los ingenieros romanos para no dar la sensación
de continuos parcheados mimetizaron cada ampliación con las precedentes
(Feijoo, 2002: 23).
El puente sobre el Albarregas constituye, en principio, una excepción
a las reglas canónicas de la ingeniería pontuaria dado que cruza transversalmente
el río, presentando las pilas mayor superficie a la corriente al ser atacadas
oblicuamente y, por tanto, desviando el caudal hacia las pilas contiguas
con el consiguiente riesgo añadido.

En nuestra opinión esta particularidad resulta muy extraña, pues es básico
que las pilas deben embarazar lo menos posible el paso del agua. Por ello,
es difícil atribuirlo a un error de planteamiento y quizás se pueda achacar
a un pequeño cambio en el cauce del río, que haya sido, tras la construcción
del puente, desplazado hacia el Norte formando un nuevo meandro. Si es
así, este cambio ya se habría producido (o se produjo) cuando se edificó
el acueducto de «Los Milagros», dado que el arco de sillería que éste
presenta en el centro del cauce indica claramente que entonces el río
ya pasaba por ahí.
La muralla de la ciudad es el primer elemento que quizás deberíamos haber
considerado, al ser la primera construcción que se hace al fundar Emerita
augusta, como recomienda Vitruvio (Libro I Cap. V), pues por lógica
primero hay que asegurar la defensa y luego edificar al interior y a salvo
el resto de la urbe. Es una construcción simple en la que se utiliza mampostería
extraída de cantera para los paramentos y cuyo relleno está constituido
por dioritas de menor calidad obtenidas del vaciado del foso.

Éste último, en principio, la circundaría en tres cuartas partes, funcionando
el Guadiana como tal en el lienzo junto al río (Feijoo, 2000: 572).
La muralla debió ser imponente en su momento, discurriendo por los puntos
más altos de los cerros situados entre el Guadiana y el Albarregas, lo
que le proporciona esa característica planta irregular al adaptarse, como
es lógico, a la topografía y que contrasta fuertemente con la retícula
hipodámica que se diseña para las manzanas y las calles del interior de
la ciudad. Tuvo 2'80 m de anchura, por seguramente más de 6 de altura
y casi 4 kilómetros de perímetro en el que se intercalan torres a intervalos
aún por definir. Es una muralla funcional y disuasoria que además se diseñó
para que nunca quedara obsoleta al situarse puertas para las calles que
dan a ella (que son todas), de forma que si la ciudad crecía extramuros
-como así fue en el s. I d.C.- no se convirtiera en un escollo para los
ciudadanos.
El agua y las estructuras relacionadas con ella ocupan un lugar primordial
dentro de la urbe y se pueden dividir en dos grandes grupos: la red de
abastecimiento y la red de saneamiento. Respecto a la primera aún estamos
lejos de saber a ciencia cierta su evolución diacrónica, aunque comenzamos
a poseer datos de cronología relativa, que crecen casi día a día, y que
posiblemente en un futuro no muy lejano nos permita unir la mayoría de
los eslabones de la cadena.
En principio, el primer acueducto que se construye es el de «Cornalvo»,
pues es el que llega a la cota más alta del recinto y por tanto podría
surtir al perímetro completo. Aunque es el que tiene el mayor recorrido
-dieciséis kilómetros- quizás se eligió este trazado en los albores de
la ciudad dado que no son necesarias las impresionantes y costosas
arcuationes que caracterizan a los otros dos.
El segundo acueducto, el de «Rabo de Buey-San Lázaro», posiblemente se
construyó después del de Cornalvo tras un lapso temporal indefinido, pero
seguramente no más allá del primer cuarto del s. I d.C., pues cuando se
edificó la conducción el foso de la muralla aún seguía en servicio (Mateos
et alii: ep) puesto que para salvarlo se hizo un gran arco, sobre
cuya clave se colocó una gárgola en forma de cabeza de león. Ésta vertía
parte del caudal al centro de la cava posiblemente para arrastrar los
detritus depositados allí o para encenagarlo en caso de peligro. La cuestión
es que el foso de la ciudad, a jugar por los materiales encontrados en
su relleno, ya estaba colmatado completamente a inicios del s. I d. C
(según datos de Álvarez Martínez en Mateos, 1999: 106). La toma del agua
se realiza de varios manantiales relativamente cercanos a la población,
y se conduce mediante un canal subterráneo con periódicas arquetas para
su mantenimiento hasta su llegada a la cuenca del río Albarregas, donde
comienzan las arquerías que salvan el valle. Actualmente están en curso
por lo menos tres estudios monográficos sobre este acueducto, por lo que
seguro que nuestra visión del mismo se verá altamente enriquecida próximamente.
El acueducto de «Los Milagros» fue el último en construirse, como apuntan
las intervenciones del tramo del specus frente al cementerio (Ayerbe,
2000: 50) y del Ninfeo ubicado en el Calvario (Barrientos, 1998: 40),
datándose aproximadamente en época Claudia o de los Flavios; aunque como
pone de manifiesto Ayerbe, no se pueden considerar definitivos los indicios
aportados por su excavación. Este acueducto capta el agua de la presa
de «Proserpina» y discurre rodeando un monte hasta la zona Norte del valle
del Albarregas, donde se sitúa una pequeña piscina limaria. Este proceso
de decantación previo a la llegada de la conducción a la ciudad se entiende
asociada a un reparto del agua también previo en este mismo punto. Así,
cobra sentido un pequeño espacio situado fuera de la piscina, en su esquina
Sureste (Fig), que con seguridad tiene que ser una fuente. Ésta se une
a la torre limaria y actualmente están comunicadas por un boquete informe
producto seguramente del robo de la tubería y del caño de bronce que la
surtía.

Todo el sistema de abastecimiento está directamente relacionado con el
crecimiento demográfico de Mérida y se desarrolló a la par, o ligeramente
por detrás de éste. El número de habitantes seguramente comenzó a crecer
desde el momento mismo de la fundación, rebasándose el perímetro de las
murallas con nuevos barrios ya a inicios del s. I d.C., como atestiguan
las casas encontradas extramuros. A este hecho le siguen una serie de
obras principales y secundarias que se documentan al exterior de la ciudad,
en un proceso continuo de ampliación del sistema de captación y distribución
para dar servicio al enorme aumento de la demanda de agua: se abren nuevos
canales en las tomas de los acueductos de «Cornalvo» y «San Lázaro» y
nuevos ramales secundarios a su llegada para abastecer a los barrios extramuros,
como los dos que se aprecian en la denominada «Casa del Anfiteatro» o
los cuatro ramales del acueducto de «Cornalvo».

La dotación de servicios a estasbarriadas, como la pavimentación de las
calles o las fuentes, se realiza posteriormente al nacimiento de las mismas,
en un proceso con claros paralelos en la actualidad donde muchas villas
han crecido de forma espontánea y sin plan urbanístico alguno, para posteriormente
acondicionarse con prestaciones similares al núcleo original (Feijoo,
2000: 575-581).
Del reparto del agua al interior de la ciudad no tenemos prácticamente
datos, pues no se han encontrado los castelum correspondientes
ni tramos que lleven el agua a los edificios públicos. Solamente poseemos
el comienzo de una bifurcación en el de «Cornalvo», que con una simple
esclusa divide el caudal inmediatamente después de atravesar la muralla.
También se han documentado unas piscinas tras la fuente monumental o Ninfeo
situado al final de la conducción de «Los Milagros», que posiblemente
formen parte del castelum aquae, como es frecuente tanto en Roma
como en el Norte de África (Barrientos, 1998: 40), y desde donde se distribuiría
el agua a toda la zona noroeste de la ciudad.
La red de saneamiento tiene un esquema mucho más simple, situándose las
cloacas bajo el eje central de cada calle. En líneas generales, las pertenecientes
a los Kardo desembocarían en las de los Decumanus que serían
las que llevarían los detritus hacia Guadiana, saliendo únicamente por
el lienzo Sudoeste de la muralla, el contiguo al cauce del río (Almagro,
1972: 113 y ss; Álvarez, 1981: 134; Feijoo, 2000: 573). Esto viene ratificado
por la existencia del foso en el resto del perímetro y sobre todo por
la topografía, ya que en ningún momento era posible en la ciudad inicial
que las cloacas vertieran al Albarregas. Por tanto las alcantarillas que
se dirigen hacia este último río documentadas por Galván (en Macías, 1929)
no pueden ser fundacionales, ya que no tienen ningún sentido en la ciudad
diseñada en el 25 a.C. y están relacionadas con los barrios que nacieron
posteriormente extramuros, a los que hemos hecho referencia previamente.
Éstos si se desarrollaron en la ladera que mira hacia el Albarregas, desembocando
lógicamente sus cloacas a este río. Cloacas y calles que normalmente llevan
una orientación muy diferente a las del interior de la urbe inicial, pues,
como los ramales de los acueductos que surten a estos arrabales, se están
adaptando a las casas construidas espontáneamente.
Hay otras obras que necesitaron de importantes recursos y que movieron
ingentes toneladas de materiales como la construcción del Foro Provincial
[1] , para el cual a mediados del s. I d.C. (Mateos, 2001: 198) se
desmantelaron cuatro manzanas de casas, seleccionándose los tapiales de
las mismas para nivelar posteriormente la gran plaza, que se aterraza
en su sector Oeste para compensar la pendiente de la ciudad. Este aterrazamiento
se realiza construyendo primero las potentes cimentaciones de las alas
y de las columnas del pórtico hasta el nivel del futuro suelo (casi tres
metros de altura), para luego rellenarse los espacios intermedios con
los tapiales reutilizados, que vuelven a ser compactados en tongadas.
Se puede seguir bastante bien el desarrollo de la obra, con niveles de
trabajo de cantería, mármol, morteros, etc. aunque tendremos que esperar
a la publicación de la memoria del citado proyecto para conocerlos en
detalle.
En conclusión, este artículo solamente puede ser considerado como un
breve recorrido por los aspectos constructivos que influyen en las Obras
Públicas emeritenses, aunque con grandes omisiones -como las presas o
los edificios de espectáculos-, pero pretende poner de manifiesto el ingente
trabajo que aún queda por hacer, pues las dataciones propuestas se basan
en tablas tipológicas muy generales sobre las que cabe plantearse su validez
hoy en día. Caemos así en asignar etapas inexistentes a dos fábricas distintas,
datándolas a veces hasta con tres siglos de diferencia (como en los contrafuertes-pilares
de «Los Milagros» o al primer y segundo orden de «San Lázaro»), cuando
realmente son recursos constructivos coetáneos. Y en el caso contrario,
tomamos sillerías muy similares como iguales cuando responden a etapas
diferentes, como en el puente del Guadiana. Para mayor abundamiento, ni
siquiera cuando está clara la unidad del conjunto y poseemos un tipo constructivo
específico hay consenso entre los investigadores. Por ello, nos hacemos
eco de las palabras del Dr. José María Álvarez (1977), con plena vigencia
actualmente, que apunta que se debe esperar a cronologías absolutas o
estratigráficas aún por encontrar hasta que no se analice en profundidad
cada edificio.
Aunque nos cueste, tendremos que esperar mucho para datar con fiabilidad,
ciertamente hasta tener un elenco suficiente de construcciones estudiadas
estratigráficamente que nos permita aventurar hipótesis fundadas sobre
la cronología de sus paramentos, para poder tomarlos después como paralelos.
Además, debemos intentar eliminar en lo posible los juicios de valor acerca
de las diferentes técnicas constructivas, pues a modo de ejemplo es curioso
cómo tradicionalmente se ha venido denominando buena construcción a la
sillería almohadillada de los contrafuertes de «Los Milagros» y peor o
mala a la de los pilares, cuando ambas realmente son la misma fábrica.
Bibliografía citada:
- ALMAGRO, M. (1972): "La topografía de Augusta Emerita". VI
Congreso de estudios extremeños. pp 113-137.
- ÁLVAREZ, J. Mª. (1977): "En torno al acueducto de los Milagros".
Segovia y la arqueología romana. Symposium de arqueología romana.
pp. 49-60.
- ÁLVAREZ, J. Mª. (1981): "El puente y el urbanismo de Augusta Emerita"
Tésis doctoral
- AYERBE, R. (2000): "Intervención arqueológica en la Urbanización Jardines
de Mérida de la Avda. Vía de la Plata. Excavación de un tramo de la conducción
hidráulica «Proserpina-Los Milagros». Memoria, 4. Excavaciones Arqueológicas
en Mérida, 1998. pp 39-58.
- BARRIENTOS, T (1998): "Intervención arqueológica en el solar de la
c/ Adriano, 62. El cerro del Calvario". Memoria, 2. Excavaciones Arqueológicas
en Mérida, 1996. pp 27-54.
- FEIJOO, S. (1999): "Aspectos constructivos del puente romano de Mérida".
Memoria, 3. Excavaciones Arqueológicas en Mérida, 1997. pp 321-337.
- FEIJOO, S. (2000): "Generación y transformación del espacio urbano
romano de Augusta Emerita al exterior de la muralla". Memoria,
4. Excavaciones Arqueológicas en Mérida, 1998. pp 571-581.
- FEIJOO, S. (2002): "El puente romano de Mérida". Aqua, nº 3.
pp 22-23
- HAUSCHILD, T. (1976): "Problemas de construcciones romanas en Mérida".
Actas del simposio internacional conmemorativo del bimilenario de Mérida.
pp 107-110.
- JIMÉNEZ, A. (1976): "Los acueductos de Mérida". Actas del simposio
internacional conmemorativo del bimilenario de Mérida. pp 111-125
- MATEOS, P. (1999). La basílica de Santa Eulalia de Mérida. Arqueología
y urbanismo. Anejos de AEspA XIX.
- MATEOS, P. (2001): "Augusta Emerita. La investigación arqueológica
en una ciudad de época romana." AEXPA, 74, 2001, pp. 183-208.
- MATEOS, P.; AYERBE, R.; BARRIENTOS, T.; FEIJOO, S. (Ep): "El agua
en Augusta Emerita"
- MACÍAS, M. (1929): Mérida monumental y artística.
- VITRUVIO: Los diez libros de Arquitectura. Traducido por Agustín Blánquez,
1991.
[1] Agradezco a Pedro Mateos
Cruz estos datos que han sido extraídos durante en las campañas de excavación
de los años 1999 al 2001 fruto del Proyecto de Investigación que dirige
"El Foro Provincial de Augusta Emerita".
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